Lo pequeño es bello

La naturaleza es una gigantesca galería de arte al aire libre: flores, insectos, reptiles, una exhibición de joyas vivientes en la que las obras brotan, zumban o reptan aquí o allá y entre las que destacan por su increíble belleza las miniaturas, es decir, los pequeños invertebrados. Es tal la profusión de especies de todas las formas y colores posibles que el naturalista aficionado no puede dejar de caer en el hechizo para aceptar que, entre los seres vivos, lo pequeño es hermoso.

La frase no es de ningún entomólogo sino de un economista, el alemán Ernst Friedrich Schumacher y le sirvió para poner título a uno de sus más celebrados libros. No se preocupen, no nos vamos a adentrar en el inextricable mundo de la economía, aunque permítanme que les deje aquí un apunte de lo que proponía este influyente pensador en los años 70 desde aquellas páginas.

Como en la naturaleza, Schumacher nos hablaba entonces de la necesidad de prestar atención a lo minúsculo para llegar a comprender cómo funciona el conjunto del ecosistema. Así, en situaciones de crisis global como la que estamos viviendo, se haría necesario un regreso al ámbito local y doméstico para rastrear las soluciones al fallo general del sistema.

Dice Schumacher que mientras fracasamos en lo superlativo, hay que aprender a valorar las pequeñas cosas porque casi siempre son preciosas y llevan mucho tiempo siéndolo. Una oropéndola cantando al amanecer, este sol que hace bailar a las mariposas, un paseo por el hayedo recién estrenado. Nos recuerda que, a menudo, levantar el pie del acelerador es lo más inteligente para seguir avanzando.

Y ese pensamiento, que entronca directamente con el espíritu de estas páginas del cuaderno, me parece no solo actual, sino imprescindible. Lo pequeño siempre es hermoso y nos está esperando.

Algunos de mis mejores momentos de campo han transcurrido en días como estos. Estirado en el suelo, con un sombrero de paja y la cabeza apoyada sobre los codos, apostaba conmigo mismo que aquella hormiga no iba a ser capaz de introducir en el hormiguero la espiga con la que venía cargando. Me embelesaba siguiendo el vuelo de cristal de las libélulas o perseguía saltamontes por los rastrojos para hacerlos brincar y ver los colores de sus alas: azules, verdes, rojos y morados. Aunque uno de los momentos de campo más emocionantes me los deparó en aquellos años de iniciación el encuentro en el macizo de Les Gavarres (futuro Parque Natural) con uno de los animales más fantásticos de nuestra naturaleza: la oruga de la mariposa macaón.

Nadie, ni el más genial de los creativos de efectos especiales ni el más osado de los diseñadores de moda, seria capaz de igualar tanta belleza, esa perfección en las formas, esa elegancia de contrastes que luce en la piel esta maravilla entre los seres vivos. Sin embargo, todavía son muchos, demasiados, los que sienten un escalofrío de pavor, una reacción atávica de asco que podríamos traducir con un: “¡Ahhhh-puaj-qué asco-chaf”. Y lo pequeño, aunque fuera hermoso, se convierte en papilla.

La oruga luce ese llamativo aspecto con un objetivo: el de la supervivencia. Al mostrar esos colores y esas texturas le esta diciendo al pájaro: cuidado que soy venenosa, ni se te ocurra acercarte a mí.

Y suele triunfar, pues en la naturaleza nadie mata por matar ni nada está de más, por lo que el pájaro vuela a por una lombriz de tierra.

Pero el amigo que se está limpiando los restos de oruga del zapato tras pisarla no considera las leyes de la naturaleza, porque las desconoce. Admira a la mariposa pero es incapaz de respetar a la oruga: es verdaderamente curioso. Y así vamos perdiendo belleza a borbotones. Por eso conviene recuperar a Schumacher, incluso al pasear por el campo.

Cuaderno de Naturaleza. Jose Luis Gallego.

0 comentarios:

Premios

Design by Blogger Templates