Tener disciplina
Disciplina
proviene de la raíz latina discere “la misma que da origen a
discípulo”, que quiere decir “aprender”, y el sufijo “ina”, que indica
pertenencia o deseo. Disciplinado es, pues, aquel que desea aprender,
desde su elección y voluntad y que se dedica a ello.
Esfuerzo,
en cambio viene de ex-fortis, “por la fuerza”; y significa, desde lo
etimológico, “torcer o cambiar algo por el uso de la fuerza”. ¿Cuál es
entonces la “mala palabra”?
Seguramente
ninguna de las dos, pero prefiero pensar en ser capaz de disciplinarme
para aprender las mejores vías de acceso al desafío de ser una mejor
persona que esforzarme cada día tratando de hacer de mi lo que no soy.
Así
considerada, la disciplina se convierte en una poderosa herramienta a
nuestro servicio que puede darnos acceso ilimitado a una forma de actuar
ordenada y perseverante, que nos ayudará a conseguir algún fin.
La
disciplina nos organiza, nos permite ser más concretos, prolijos y
eficaces. La falta de orden es un error… tanto como el exceso. La falta
de disciplina también lo es. En momentos de confusión hay que detenerse
y ordenar las ideas, repensar las metas y repasar nuestras
aspiraciones.
El
orden permite encontrar el tesoro del equilibrio, indispensable para
tomar mejores decisiones. Y una vez que nos hemos decidido, hace falta
ser congruentes en nuestra vida de todos los días.
Reflexión;
descubrir las ventajas de una conducta más ordenada, en lugar de
someterse por temor al poder, es el secreto de una disciplina bien
entendida.
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