Todo es sagrado en el Universo, pues todo es Dios. Todo
lo que nos rodea es sagrado, aunque hayamos aprendido a vivirlo de una manera
profana. La civilización actual, “el triunfo” del dios masculino materialista,
nos ha llevado a una situación lógica: la visión materialista (o llamémosle
mejor, “visión restringida”) pretende que el mundo es sólo una parte de lo que
es, únicamente lo que el hemisferio izquierdo puede tocar, ver o creer que
razona. Para mantenerse en esta ilusión, esta visión del mundo no tiene más
remedio que negarse a considerar cualquier cosa que ponga en peligro su
convencimiento del mismo. Se ve obligada una y otra vez a afirmar la negación
del resto de la realidad, convirtiéndonos en una especie de zombis, seres que
tienen delante de sus ojos toda la grandeza y la magia del Universo y eligen,
sin embargo, conformarse con vivir en una especie de letargo, donde nada es
asombroso, donde cualquier referencia a lo sagrado que nos rodea, no hace sino
despertar una mueca de sonrisa prepotente y escéptica.
Es necesario recuperar el carácter sagrado de las cosas,
de la naturaleza, de los animales, de las plantas, de la tierra, del viento,
del agua, del fuego, de la vida, de nosotros mismos. La capacidad de asombro y
de veneración de las culturas indígenas, de los indios americanos, que sin
embargo nuestro mundo ha considerado como tan primitivos. Despertar de nuestro
sueño y de nuestro miedo a querer plantearnos cualquier cosa que no sea la
prisión de la vida diaria, de nuestras “obligaciones”. Dejar de “enchufarnos” a
la televisión, para perpetuar así nuestro amodorramiento y poder continuar al
día siguiente en un mundo que no entendemos, pero que desde nuestra tonta
prepotencia pretendemos como completamente explicado.
La sexualidad, aunque nos hayan contado otra cosa, es una
energía sagrada. Nuestra visión no sagrada del mundo, nos hace vivirla de forma
ligera, vulgar. No hay más que ver cualquier programa de televisión o cualquier
revista. Todo es superficial. El sexo es vendible, la mujer es un objeto de
deseo vendible. Todo es vacío de significado. Todo es anodinamente “divertido”.
Las relaciones sexuales no son sino encuentros efímeros, donde nada más allá
que un momento de placer, existe. Debajo de todo eso hay sin embargo un gran
dolor. El dolor de no encontrar significado a la vida. El dolor de saber que
somos mucho más que eso y que nos negamos a reconocerlo. Por eso cada vez los
jóvenes están más “enganchados” al tabaco y a los “porros”. El dolor requiere
anestesia.
La sexualidad es un regalo de Dios. No es sólo para
reproducirse, como la religión, desde la culpabilidad del pecado, nos quiso
hacer creer, y tampoco es para “pasar el rato”, como el que se toma una caña,
se hecha unas risas con los amigos y pasa una noche divertida. La sexualidad es
la energía divina de unión entre lo femenino y lo masculino, es la dicha del
Universo llevada al plano material, a la Tierra. Decía Jesucristo, en el
Evangelio de los Esenios <
http://www.tantranuevatierra.com/noticias2/texts/Evangelio_Esenios.asp>
: “al Cielo no se puede llegar sino es a través de la Tierra”, y “al final del
tiempo, la Tierra será como el Cielo”. Es curioso que, sin embargo, no hablase
una palabra sobre sexualidad o sobre las relaciones hombre-mujer. ¿Nos lo
podemos creer?; ¡cuando él en esos mismos evangelios hablaba de la “Madre Tierra”!.
La sexualidad es un “imán”. Es una jugada maestra del
Universo. Encarnamos en cuerpos aparentemente separados, en egos separados, en
esa notoria dualidad hombre-mujer; pero sin embargo hay una poderosa fuerza que
nos lleva una y otra vez a tratar de unirnos. ¿Qué sentido tiene?. Alguien se
cree que la naturaleza tendría algún problema en crear directamente seres
andróginos. ¿Para qué todo este juego?.
Los videntes tántricos de la antigüedad lo tuvieron muy
claro: venimos aquí para realizar a Dios (para hacer realidad a Dios), para
traer a Dios a la materia, para unir el Cielo y la Tierra, para reproducir la
danza universal de Siva y Shakti, masculino y femenino, aquí en la Tierra, para
“unir en la Tierra lo que ya está unido en el Cielo”.
Más allá de la promiscuidad, es la magia de la
sexualidad, el sexo como algo sagrado, lo que nos lleva a dar el verdadero
valor a nuestras relaciones, más allá de la forma normal en que las
practicamos, donde, desde una visión profana, cualquier encuentro sexual entre
un hombre y una mujer, no pasa de buscar una experiencia de placer y
gratificación. Cuando un hombre y una mujer se unen sexualmente (algo que
también podríamos generalizar a las relaciones homosexuales…) se produce algo
que va mucho más allá que esa simple “experiencia de placer” a la que estamos
acostumbrados. Esa experiencia de placer, no es sino el sabor, el aroma, de
algo que se produce a nivel espiritual, y por supuesto a nivel energético.
Cuando una pareja se une en el acto sexual, todas sus células vibran, afectando
a su cuerpo energético en su totalidad. El Universo entero se une. Cuando una
pareja llega a ese estado de éxtasis que se produce cuando la energía se eleva
al corazón y te haces uno con el otro ser que tienes delante, todo el Universo
recoge ese éxtasis. Lo femenino y lo masculino, yin, yang, se han unido, se han
fusionado aquí en la Tierra y todo el Universo lo celebra. La sexualidad te
lleva a ese trance místico que algunos santos han experimentado. No es distinto
de lo que describía Santa Teresa de Jesús, ni San Juan de la Cruz, por poner
ejemplos cristianos occidentales. Ellos cuando hablaban de sus experiencias de
fusión con Dios, estaban hablando de experiencias realmente tántricas. No es de
extrañar que tuviesen problemas con el estamento eclesiástico de la época…..
Cada orgasmo extático que una mujer tiene, y que sólo una
mujer puede tener, es un canto a la Diosa encarnada, un canto a Shakti, a la
Tierra, a la manifestación femenina del Espíritu, Dios-Padre-Madre. Y en cada
orgasmo extático de la diosa en el que el hombre está “presente”, desde el
corazón, dejando a un lado su mente, su compulsividad de descarga y sus
infantiles deseos, es una encarnación del poder masculino del Espíritu en la
Tierra. Siva ha vuelto a venerar a Shakti. Dios reconoce y se rinde homenaje a
sí mismo, reproduciendo la danza cósmica de la creación, de Siva y Shakti, de
Dios-Padre-Madre, Cielo-Tierra. Ahí se unen los opuestos y se cierra el círculo
de la creación. Lo que es en el Cielo, se ha manifestado en la Tierra, en la
materia.
La sexualidad humana es un gran poder de sanación, de
transmutación y de expansión de la conciencia. Tenemos, sin embargo, que
cambiar bastantes creencias y soltar muchos miedos, rencores y neurosis, para
que este poder se manifieste.
El Tantra es simplemente un camino, una vía del yoga, que
recogió, de forma magistral, todo el conocimiento de la verdadera naturaleza
humana, de su sexualidad y de las relaciones femenino-masculino. El Tantra
recoge leyes universales que describen algo que está en nosotros, algo que nos
pertenece por derecho propio y pone a nuestra disposición las técnicas para
acceder a esa verdadera naturaleza.
Tenemos que sacralizar la vida, dar el verdadero valor a
todo lo que hacemos y somos, dejar de vivir desde el dipolo culpabilidad-miedo,
permitir que lo que realmente somos florezca, llevar la plenitud y la paz a
nuestro interior, para proyectarla entonces sobre el mundo. Cuando lo femenino
y lo masculino se hayan unido, habrá paz en el mundo, habrá una nueva Tierra.
Publicado por Jesús Gómez <
http://www.tantranuevatierra.com/keshavananda1.asp> (Keshavananda) en la revista "Espacio
Humano", Julio-2004.
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