Hacia los años treinta, dos célebres hombres en Oriente lograron fotografiar las vibraciones del pensamiento ¡Y vaya que lo lograron, a través de muros de acero, en un experimento que ha sido repetido muchas veces desde entonces! Pero demostraron algo más, tal vez más importante: encontraron que cuanto más cargado de emoción estaba un pensamiento, ¡Más clara se veía la imagen! Fueron quizá los primeros en demostrar que existe energía magnética dentro de nuestros pensamientos, y que nuestras emociones son impulsadas por los pensamientos.
Sin embargo, lo que pasaron por alto es que, debido a que las ondas de vibración (emociones) que enviamos están cargadas magnéticamente, somos literalmente imanes vivos, y que atraemos constantemente cualquier cosa que este en la misma frecuencia de longitud de onda. Te pongo un ejemplo; Cuando nos sentimos bien, con el ánimo en alto, llenos de alegría y gratitud, nuestras emociones envían vibraciones de alta frecuencia, que atraerán lo bueno hacia nosotros; es decir, cualquier cosa que coincida con lo que estamos enviando. Lo semejante atrae lo semejante.
En cambio, cuando experimentamos cualquier cosa que no nos cause satisfacción, como temor, preocupación, culpa, o hasta un pequeño disgusto, enviamos vibraciones de baja frecuencia. Debido a que las bajas frecuencias son tan magnéticas como las altas, atraen cosas desagradables hacia nosotros; es decir cosas que nos harán sentir (vibrar) de una forma tan poco grata como lo que estamos enviando. Desagradable de ida, desagradable de vuelta. Es siempre una vibración semejante.
Así que, ya sea que enviemos acciones de alta frecuencia, de satisfacción, o vibraciones bajas, de preocupación, las que enviemos en cada momento serán las que atraigamos de regreso a nosotros mismos. Somos generadores de vibraciones, por tanto, somos los imanes, la causa. Nos guste o no, nosotros hemos creado esas vibraciones y seguiremos haciéndolo. Somos de carne y hueso, pero ante todo y sobre todo, somos energía, ¡Energía magnética!, lo cual nos convierte en imanes vivientes que respiran.
¿No te encanta la idea? Independiente de lo que estudiaste, o en lo que trabajas, eres, en realidad, ¡Un imán viviente! (¡Vaya pequeño detalle!). Por descabellado que parezca, ha llegado el momento de despertar ante el hecho de que somos seres electromagnéticos y de que vamos por la vida con esa abrumadora capacidad de magnetizar (atraer) hacia nuestra vida todo cuanto deseamos, con sólo controlar los sentimientos que provienen de nuestros pensamientos.
Sin embargo, debido a que vivimos en este planeta, en un campo de energía en el que predomina la baja frecuencia, procedente de más de seis mil millones de personas que vibran con sentimientos más de tensión y temor que de alegría, admitimos involuntariamente esas vibraciones y reaccionamos ante ellas, lo cual significa que hasta que aprendamos a sobreponernos conscientemente a esas frecuencias negativas que nos invaden todo, y en las cuales vivimos, seguiremos reciclando sus desagradables efectos en nuestra vida cotidiana, después de un tedioso día.
Es algo semejante a nadar en agua salada, si no enjuagamos los residuos de la sal en nuestro cuerpo, tarde o temprano nos sentiremos incómodos. ¿Lo ves? No hay de otra: la forma en que sentimos determina lo que atraemos, y con mucha frecuencia esos sentimientos proceden de nuestros pensamientos, los cuales instantáneamente producen reacciones electromagnéticas en cadena que, finalmente, hacen que sucedan, que sean creadas, obtenidas o destruidas las cosas.
Así que, una vez más: nuestros sentimientos surgen de nosotros en forma de ondas electromagnéticas. La frecuencia que se emita atraerá automáticamente a otra frecuencia idéntica; provocará que ocurran las cosas, buenas o malas, al encontrar empatía en la vibración.
Las vibraciones de frecuencias altas, positivas, atraerán circunstancias de vibraciones altas, positivas. Las vibraciones de frecuencias bajas, negativas, atraerán circunstancias de vibraciones bajas, negativas.
En ambos casos, lo que se nos regresa nos hace sentir con el espíritu tan elevado, o tan bajo, como lo que hemos estado trasmitiendo (sentimiento) porque lo que se regresa es una vibración que coincide exactamente con la que enviamos.
Se trata del mismo principio que el del diapasón: haz sonar un diapasón en una habitación donde hay varios más, todos afinados en diferentes tonos, y sólo los que estén afinados en: la misma frecuencia del que hiciste sonar, sonarán al unísono, como sonarían aunque se encontraran en los extremos opuestos de un estadio de fútbol. Las fuerzas similares se atraen.
Querido lector, es una regla elemental de la física. Pero de manera totalmente distinta a la de la vibración de un diapasón, los seres humanos con nuestras frecuencias e intensidades magnéticas variables, somos semejantes a pelotas de ping pong disparadas en todas las direcciones imaginables.
En un momento podemos levantar el vuelo tan alto como un papagayo, sentirnos tan poderosos como el sol, y al siguiente sentirnos con tan baja energía que anulamos lo anterior y creemos que nada cambiará nuestras vidas, o al menos, no tan rápidamente. Todo esto se debe al tipo y a la intensidad de sentimientos que tengamos, los cuales van de cálidos o alegres, hasta explosivos o destructores.
Pero no estamos hechos de metal. A diferencia de los diapasones, lo que regresa a nosotros como resultado de la confusión de energía emocional (vibraciones), que sale de nosotros a cada instante y que pocas veces es agradable, es una interminable cadena de pequeñas desavenencias, circunstancias y eventos no planeados.
No es necesario decir que lo que hemos estado creando con todo este flujo indiscriminado de energía es un verdadero infierno; en el mejor de los casos, una vida mediocre según continuamos atrayendo hacia nuestra existencia diaria cuanta experiencia, persona, juego, suceso, encuentro, incidente, evento, riesgo, ocasión o episodio en el cual estemos vibrando, todo lo cual significa sentir.