Cáncer de hígado: de la prevención al tratamiento
Cáncer de hígado,
de la prevención al tratamiento
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Cáncer de hígado, de la prevención al tratamiento Si se padece cualquier enfermedad hepática, es preciso someterse a controles periódicos para detectar de forma precoz el cáncer Cuidar la salud del hígado siempre es positivo, mientras que no hacerlo puede suponer, en un proceso lento pero inexorable, la posibilidad de sufrir cáncer hepático. La prevención de esta enfermedad oncológica es la misma para todas las personas con cualquier factor de riesgo, puesto que no se puede saber quiénes acabarán por desarrollar cáncer y quiénes no. Por este motivo, se investiga para ajustar mejor el perfil de pacientes hepáticos más susceptibles. Mientras, el deber de la población es prevenirlo y evitar aspectos como las infecciones por el virus de la hepatitis C o el alcoholismo. Por CLARA BASSI En el ámbito mundial, la incidencia de cáncer de hígado es mayor en las áreas donde está más diseminado el virus de la hepatitis C y se registran más casos de alcoholismo, así como una tasa de obesidad más alta. Estos factores, poco a poco, aumentan el riesgo de padecer cáncer hepático en las sociedades más desarrolladas, como en EE.UU. y el norte de Europa, mientras en Europa del sur, por ahora, hay cierta estabilidad. En nuestro país es un problema relevante, ya que se detectan entre 10 y 11 casos por cada 100.000 habitantes y año. A pesar de considerarse una incidencia intermedia, el porcentaje se dispara cuando se sufre cirrosis y, en este segundo supuesto, oscila entre el 3% y el 5% anual. “El riesgo es elevado y, hoy en día, el desarrollo de cáncer es la primera causa de muerte por cirrosis hepática”, enfatiza Jordi Bruix, jefe del grupo de investigación BCLC (Barcelona Clinic Liver Cancer). El BCLC es un grupo que analiza el cáncer de hígado en el Hospital Clínic, de Barcelona, coimpulsado por los doctores Bruix y Concepció Bru, que ha alcanzado un gran prestigio internacional en el ámbito de la investigación. Entre otros méritos, ha sido el embrión de la creación, en 2007, de la Asociación Internacional del Cáncer de Hígado. Factores de riesgo del cáncer hepático Las principales causas de cáncer hepático en España son el virus de la hepatitis C (VHC) y el consumo de alcohol. No obstante, en este momento, destaca un factor de riesgo emergente que se debe tener en cuenta cada vez más: la epidemia de obesidad y el padecimiento del síndrome metabólico, que supone tener tres o más factores de riesgo cardiovascular, según ha destacado Bruix. La infección por el virus de la hepatitis B (VHB) también es otro factor de riesgo, aunque en la actualidad ya está disponible una vacuna frente a éste. La consecuencia de la obesidad y el síndrome metabólico es un problema de salud denominado esteatohepatitis no alcohólica, que consiste en tener el hígado graso, otro factor de riesgo y preludio del cáncer de hígado. La esteatohepatitis no alcohólica es un trastorno del metabolismo, en el hígado, que se caracteriza por daño mitocondrial (de una parte de las células llamada mitocondrias). Puede progresar a cirrosis y de ahí a cáncer hepático. En EE.UU., el aumento de la incidencia de cáncer de hígado es paralelo al aumento de los casos de obesidad. Hace unos años, la obesidad se desarrollaba en edades más avanzadas, a partir de los 50, 80 o 90 años, y tenía menos impacto en la población joven. Sin embargo, ahora, la población padece obesidad entre 20 y 25 años antes, a los 60 o 70 años. Además, cada vez más, se constata el incremento de pacientes en los grupos de cáncer hepático o del programa de trasplante de hígado sin ninguno de los factores de riesgo clásicos (infección viral y consumo abusivo de alcohol), sino obesidad e hígado graso. La obesidad y el sobrepeso ligero no constituyen un factor de riesgo intenso, mientras que la obesidad mórbida sí lo es. Datos recientes señalan que ésta se traduce en afectación hepática. “A más obesidad, más daño hepático, es una relación bien consolidada”, según Bruix. De la cirrosis al cáncer La cirrosis es el resultado de la inflamación mantenida del hígado, a causa de un virus, del alcohol o de una enfermedad que provoca un depósito de hierro (hemocromatosis hereditaria). Esta inflamación mantenida cicatriza y, a pesar de que al principio es de poca magnitud, con el tiempo se extiende a más zonas. De este modo, el hígado se torna cirrótico, es decir, irregular, duro, rugoso y con cicatrices, a diferencia del hígado sano, que es liso y brillante. Cuando la cirrosis está descompensada, ocurren sangrados por varices o hemorragias digestivas y las personas adquieren un color amarillento. No obstante, los pacientes con cirrosis pueden hacer una vida normal, siempre que no se descompensen, informa Bruix. La cara negativa de padecer cirrosis es que puede progresar hasta provocar cáncer de hígado. Por este motivo, el objetivo de los tratamientos debe ser curar la enfermedad hepática crónica para evitar la transformación hacia cirrosis y después, a cáncer hepático. Esto ocurre porque la inflamación del hígado induce cambios genéticos en las células neoplásicas, que resultan en cáncer. Todavía hoy se desconoce por qué, a partir de los distintos factores de riesgo mencionados, algunas personas desarrollan cáncer y otras no. De ahí que todas deban seguir la misma prevención. Las medidas preventivas La prevención del cáncer de hígado en la población general pasa por evitar los factores de riesgo que pueden dañar este órgano, como el alcohol, el sobrepeso y la obesidad y contraer infecciones por los virus VHC y VHB. Aunque se dispone de una vacuna frente al VHB, se carece de ella frente al VHC. Éste se contrae por contacto con la sangre infectada de otra persona, por lo que se deben evitar prácticas de riesgo, como manipular una aguja contaminada o hacerse un piercing sin las medidas higiénicas adecuadas, entre otras precauciones. También se transmite a través de las relaciones sexuales, por lo que se aconseja el uso del preservativo. Si una persona contrae una infección por VHC o VHB debe tratarse. Las infecciones hepáticas crónicas se tratan con interferón y ribavirina. La tasa de respuesta a este tratamiento es del 50%. Gracias a esta terapia, se controla la replicación viral para evitar la cirrosis y, de este modo, el cáncer hepático, ya que “a más cantidad de virus, más riesgo de cáncer. Si no hay cirrosis, no hay este riesgo”, recalca Bruix. La disponibilidad de estos tratamientos supondrá que, en lo sucesivo, las infecciones por VHC y VHB tengan un menor peso en el desarrollo de cáncer hepático, a favor de otros factores de riesgo como el alcoholismo, la obesidad y el síndrome metabólico, advierte este experto. Detección precoz para todos El cáncer hepático tarda años en desarrollarse, hasta 20 o 30. Es el final de un proceso que comprende la infección del hígado, su inflamación y la formación de un tumor. Puesto que, a priori, no se sabe qué pacientes con una enfermedad hepática crónica lo desarrollarán y quiénes no, la detección precoz de este cáncer se realiza de manera general, en todos los pacientes hepáticos. Para detectar el cáncer de hígado en fase inicial, se recomienda hacer un screening o cribado, con una ecografía abdominal y, según las últimas recomendaciones de las guías estadounidenses, cada seis meses, en las personas con factores de riesgo: quienes padecen una enfermedad hepática, como la hepatitis causada por el VHC o el VHB, cirrosis hepática o quienes ingieren alcohol. No obstante, muchos de estos pacientes no desarrollarán cáncer. El objetivo de médicos e investigadores especialistas es “ser capaces de planificar cribados más ajustados, en función del riesgo, e investigar qué pacientes es seguro que no tendrán cáncer y, por lo tanto, no necesitarán este screening”, explica Bruix. El objetivo del screening es detectar el cáncer de hígado en una fase inicial o temprana, cuando todavía se puede curar y lograr una buena supervivencia. En la actualidad, sin embargo, este diagnóstico precoz se consigue solo en el 10% de los casos, denuncia Bruix. Si los pacientes se sometieran a controles de forma regular, con ecografía abdominal realizada por expertos, esta detección podría ascender al 40%, como ocurre en Japón. En este país nipón, gracias a su política sanitaria, esta prueba está bien consolidada y la detección precoz alcanza al 60% de los pacientes. TRATAMIENTOS Y SUPERVIVENCIA Una vez que se diagnostica el cáncer de hígado, se combate con distintos tratamientos, desde la cirugía convencional hasta un trasplante de hígado en los casos más graves. Otras opciones terapéuticas son la ablación percutánea, que consiste en introducir una aguja en el tumor, de manera habitual, bajo control ecográfico, aumentar la temperatura e inyectar alcohol en los tumores de 2 centímetros; la ablación por radiofrecuencia, otra técnica mínimamente invasiva para destruir los tumores de menos de 2 cm; o la quimioembolización, que consiste en administrar de forma local, en tumoraciones limitadas, quimioterapia combinada con otro procedimiento conocido como embolización. Cuando el cáncer está en una fase muy avanzada, se administra un fármaco denominado sorafenib, que es un tratamiento de segunda línea, expone Bruix. Además, se investiga en una nueva técnica, la radioembolización o inyección de unas microesferas de cristal, que son radiactivas y contienen ytrio-90 (TheraSphere ®), en el hígado. Para ello, se accede mediante un catéter a través de la arteria hepática y se buscan los vasos sanguíneos que irrigan el tumor, para así tratarlo. Con esta técnica, se minimiza el efecto sobre el tejido sano. “Debemos ver cuál es su eficacia e impacto en la supervivencia”, afirma Bruix. Sobrevivir a un cáncer de hígado está muy relacionado con el hecho de diagnosticarlo en una fase inicial. La tasa de supervivencia se sitúa en torno al 60% o 70% a los cinco años, cuando el diagnóstico es precoz; es del 70% en los pacientes trasplantados vivos, a los cinco años del diagnóstico; del 50% a los tres años, tras la quimioembolización; y del 50% al año o año y medio, cuando se aplica el tratamiento sistémico con sorafenib, según datos de Bruix. consumer.es . |
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