El poder sanador del perdón
Los seres humanos muy a menudo, cargan con rencores por años, reprimiéndolos de la memoria consciente y terminan lastimándose, esta demostrado que el enojo, el rencor y el resentimiento son emociones que nos conectan directamente con la enfermedad.
Privarse de la posibilidad de perdonar a quienes nos generaron ese odio, tiene que ver con la creencia de que si lo hacemos nos tornaremos más vulnerables frente a quienes nos han herido, volveremos a sentir el dolor frente a esos recuerdos y perderemos el autocontrol.
Tenemos la tendencia a justificarnos y pensar: tengo derecho a estar enojado y ofendido y a sentirme agraviado por que esa persona/situación ha sido realmente injusta o cruel conmigo. Por ende, no merece que la perdone.
Y si acaso nos aflojamos lo suficiente como para pensar en perdonar, de inmediato surge el temor a que la instancia dolorosa vuelva a repetirse.
Todos estos pensamientos que afloran frente a la posibilidad del perdón, constituyen la primera resistencia, el primer obstáculo a vencer para lograrlo.
Sin embargo, no es imposible. Inicialmente, se trata de intentar ir elaborando cada uno de los temas.
Por ejemplo: si creemos que una persona no merece nuestro perdón, es preciso empezar a pensar a la inversa.
Es decir, Y yo, ¿merezco librarme de ello como para no tener que andar cargando con esta mochila tan pesada de enojo y correr el riesgo de enfermarme y vivir una vida penosa como víctima?
Con ello cambiamos la perspectiva, reconociendo a la vez cuánta dependencia mantenemos con quien nos ha agraviado por el solo hecho de no perdonarlo.
Para perdonar a otros tenemos que empezar perdonándonos a nosotros mismos.
Sacar la culpa de nuestro sistema y recuperar la inocencia primordial.
Para eso tenemos que trabajar sanando LA CULPA.
Somos puros intrínsicamente, tenemos el alma inmaculada y ésta jamás puede ser mancillada o dañada, por nada o por nadie.
Privarse de la posibilidad de perdonar a quienes nos generaron ese odio, tiene que ver con la creencia de que si lo hacemos nos tornaremos más vulnerables frente a quienes nos han herido, volveremos a sentir el dolor frente a esos recuerdos y perderemos el autocontrol.
Tenemos la tendencia a justificarnos y pensar: tengo derecho a estar enojado y ofendido y a sentirme agraviado por que esa persona/situación ha sido realmente injusta o cruel conmigo. Por ende, no merece que la perdone.
Y si acaso nos aflojamos lo suficiente como para pensar en perdonar, de inmediato surge el temor a que la instancia dolorosa vuelva a repetirse.
Todos estos pensamientos que afloran frente a la posibilidad del perdón, constituyen la primera resistencia, el primer obstáculo a vencer para lograrlo.
Sin embargo, no es imposible. Inicialmente, se trata de intentar ir elaborando cada uno de los temas.
Por ejemplo: si creemos que una persona no merece nuestro perdón, es preciso empezar a pensar a la inversa.
Es decir, Y yo, ¿merezco librarme de ello como para no tener que andar cargando con esta mochila tan pesada de enojo y correr el riesgo de enfermarme y vivir una vida penosa como víctima?
Con ello cambiamos la perspectiva, reconociendo a la vez cuánta dependencia mantenemos con quien nos ha agraviado por el solo hecho de no perdonarlo.
Para perdonar a otros tenemos que empezar perdonándonos a nosotros mismos.
Sacar la culpa de nuestro sistema y recuperar la inocencia primordial.
Para eso tenemos que trabajar sanando LA CULPA.
Somos puros intrínsicamente, tenemos el alma inmaculada y ésta jamás puede ser mancillada o dañada, por nada o por nadie.
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