Nuestro nombre es nuestro primer contrato
Alejandro Jodorowsky
Cuando bautizamos a un hijo debemos saber que junto con el nombre le pasamos
una identidad. Evitemos por tanto los nombres de los antepasados, de antiguos
novios o novias, de personajes históricos o novelescos.
Los nombres que recibimos son como contratos inconscientes que limitan nuestra
libertad y que condicionan nuestra vida.
Un nombre repetido es como un contrato al que le hacemos una fotocopia, cuando
en el árbol genealógico hay muchas fotocopias, el nombre pierde fuerza y queda
devaluado.
El nombre tiene un impacto muy potente sobre la mente. Puede ser un fuerte
identificador simbólico de la personalidad, un talismán o una prisión que nos
impide ser y crecer.
¿Atraen ciertos lugares a personas cuyo estado emocional corresponde al
significado oculto de esos nombres?
Dice Alejandro Jodorowsky que, en Santiago de Chile, vivió en La plaza Diego de
Almagro, un lugar que él sintió como oscuro y triste. Resulta posible pensar
que ese lugar era el reflejo de su interior en aquel momento de su vida.
Diego de Almagro fue un conquistador frustrado. Por engañosos consejos de su
cómplice Pizarro, partió de Cuzco hacia las tierras inexploradas del Sur
creyendo encontrar templos con tesoros fabulosos. Después de muchas calamidades
volvió como alma en pena a Cuzco, donde su traidor socio, no queriendo
compartir las riquezas robadas a los incas, lo hizo ejecutar.
Podríamos dedicar unos minutos a observar el lugar donde vivimos: en la calle
de un poeta, de una santa benefactora, de un descubridor o tal vez en la de un
general asesino.
Nada es casual, el mundo es como un espejo que nos refleja, cada vez que
realizamos una mutación interior también cambia nuestro exterior.
¿Podríamos decir que los nombres tienen una especie de frecuencia que sintoniza
con ciertos receptores? ¿Qué tipo de receptores?
Inconscientemente nos sentimos atraídos por cientos de nombres que reflejan lo
que somos (a veces son exactos y otras veces están ocultos detrás de máscaras,
sólo hay similitudes léxicas o fonéticas):
Nuestra parte sana y positiva es un receptor que sintoniza con ciertos nombres,
porque nos hacen gozar y sentirnos seguros.
Nuestra parte enferma y negativa es otro receptor que sintoniza con nombres
determinados, porque hay una intención supraconsciente de resolver el
conflicto.
Reflexionemos de nuevo en los nombres de lo que hemos atraído a nuestro mundo:
-El nombre de nuestra empresa, centro de trabajo, escuela…
-El nombre de nuestra pareja, amigos, jefes, profesores…
-Personas que se cruzan en nuestro camino por “accidente” y se llaman
exactamente igual que nuestro padre (o madre, hermano…)
¿Hay una programación inscrita en nuestro nombre y apellidos?
Tanto el nombre como los apellidos, encierran programas que son como semillas,
de ellos pueden surgir árboles frutales o plantas tóxicas. En el árbol
genealógico, los nombres repetidos son vehículo de dramas, de historias no
resueltas.
Por ejemplo, en caso de nacer después de un hermano muerto y recibir el nombre
del desaparecido. Eso nos condena a ser el otro, nunca nosotros mismos. Cuando
una hija lleva el nombre de una antigua novia de su padre, se ve condenada a
ser “la novia de papá”.
Un tío o una tía que se suicidaron convierten su nombre, durante varias
generaciones, en vehículo de depresiones. A veces es necesario, para detener
esas repeticiones que crean destinos adversos, cambiarse el nombre. El nuevo
nombre puede ofrecernos una nueva vida. En forma intuitiva, así lo
comprendieron la mayoría de los poetas chilenos, todos ellos llegados a la fama
con seudónimos.
¿Hay ejemplos que nos permitan comprender la importancia del nombre?
Nuestro nombre es nuestro sello, ahí está nuestra “individualidad”.
-Barrick Gold (oro en inglés es gold) se convirtió en el mayor productor de oro
del mundo.
-Brontis “voz de trueno” se dedica al mundo del teatro con una potente voz.
-Maria, Inmaculada, Consuelo se asocian a la pureza, la virginidad, nombres que
exigen perfección absoluta, que nos limitan.
-Miguel Ángel, Rafael, Gabriel, los nombres de ángeles dan problemas con la
encarnación, hay resistencia a estar en este plano.
-César, poderoso y asociado a la ambición.
¿Cómo sé si el nombre que he recibido me perjudica?
Estudiar los nombres del árbol genealógico es igual que acceder al inconsciente.
En los nombres, encontramos secretos. Es importante ver cómo funciona el nombre
que nos dieron.
Algunas cuestiones:
-Lo primero es saber la persona que nos nombró. ¿Papá?, ¿mamá?, ¿abuelo?, ¿la
hermana?, ¿el padrino? El que nombra, toma poder sobre lo nombrado y no es lo
mismo llamarme Micaela por mi abuela paterna, si el nombre se le ocurrió a mi
padre para repetir el nudo que existía, o por mi madre, para ser aceptada en la
familia de mi padre, dándole una hija-clon de su suegra.
¿De pequeño/a me gustaba mi nombre o me hubiese gustado llamarme de otra
manera? Los niños tienen una intuición especial y una fresca desinhibición que
les permiten rechazar de pleno lo que les contamina.
-Investigar de donde viene nuestro nombre:
Si es de algún familiar, es bueno analizar su destino y los caminos que
recorrió en su vida, porque probablemente venimos a repetirlos. Llevar el
nombre de un hermano muerto, es cargar con él toda la vida.
Si es de alguien significativo para quien nos nombró, nos caerá la carga de
darle a éste lo que el otro no le dio.
Si es de algún personaje histórico, novelesco, del fútbol o princesa de Mónaco,
viviremos frustrados y fracasados si no seguimos el guión de sus vidas o no
conseguimos sus logros.
Si es por algo material, adquiriremos las propiedades de ese elemento. Por
ejemplo, “si me llamo por la muñeca de mi hermana, me convertiré en su muñeca,
ella jugará conmigo, me dominará”.
Si me llamo por algo inmaterial, tenderé a fines abstractos ideados por
nuestros padres, desatendiendo lo real e incluso, por oposición a ellos,
llegaré a materializar lo contrario a lo que llevo escrito en el nombre.
Llamarse Libertad, Paz, Luz, no siempre es sinónimo de ser libre, vivir en paz
y tener las cosas claras.
Los diminutivos: “Me llamo Manuel como mi abuelo, pero me dicen Manolito”, han
proyectado en ti la figura de tu abuelo, pero tienes prohibido crecer y superar
a tu abuelo.
Los nombres compuestos: “Me llamo José Luís, por mi padre y mi abuelo”. Pobre
de ti si la relación entre ellos era farragosa. “Me llamo “María José”,
“¡Catástrofe sexual!, crisis de identidad, ambigüedad”.
Los nombres feminizados o masculinizados: Mario, Josefa, Carmelo, Paula,
corresponden a deseos frustrados de que naciéramos del sexo contrario.
¿Por qué no cambiarnos de nombre cuando este va cargado por un lastre que nos
inmoviliza?
Nos aterra cambiarnos de nombre ya que tememos que dejaremos de ser reconocidos
por nuestro clan. Tememos no ser reconocidos, ni identificados, no ser amados
es el mayor temor que tenemos. Somos seres gregarios y pensamos que podemos
morir si nuestro “clan” nos abandona, lo que es una herencia de nuestro cerebro
arcaico.
Metafóricamente, el nombre que nos dan los padres es como un archivo del GPS
que nos va indicando los caminos digitalizados y guardados en la memoria
familiar. Al nacer, nos instalan el archivo y vamos por el mundo por rutas más
o menos pedregosas y abruptas, pero nos sentimos como en casa, porque ya fueron
trazadas por nuestros antepasados, nos resultan conocidas. Cambiarnos de nombre
es arrojar el GPS por la ventanilla del coche y empezar a ver y a recorrer
nuevos caminos, conquistar territorios que no habían sido transitados por
nuestros ancestros. Es hacernos cargo de nuestro propio destino.
¿Entonces, cómo llamar a nuestros hijos cuando nacen?
Cada uno tenemos un nombre (podemos hacer aparecer a nuestro guía interior y
pedirle nuestro nombre en un ejercicio de meditación o de visualización) que
viene con nosotros incluso antes de ser concebidos. Es posible que durante la
gestación, este nombre les llegue al mismo tiempo a ambos padres de forma
telepática, si tienen suficiente capacidad de percepción. Si no es así, es el
niño el que debe nombrarse más adelante. En el caso de tener que decidir como
llamar al bebé, el nombre no debe haber existido en la historia de su árbol
genealógico, ni haber pertenecido a personas o ideales de los que lo
nombran.Eso sería lo más armonioso.
Alejandro Jodorowsky©
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