No hay peor ciego que el que no quiere ver

“Es más hermosa la verdad
que el fingimiento del amor”.
- R. W. Emerson.



Muchas veces no vemos lo más evidente. Irónico, pero así es, así lo elegimos. Y con esa optativa ceguera generamos nuestra propia frustración y por nuestro propio gusto. En miles de ocasiones he escuchado en mi consulta –y en mi vida también— frases como estas:

Es que... ¿por qué no me ha hablado?
¿Por qué yo soy quien siempre le tiene que hablar primero?
¿Por qué siempre me cancela?
¿Seré importante o no para ella (él)?
¿Por qué cambia de planes tan fácilmente?
¿Me amará como yo le amo a ella (él)?
¿Y por qué a mí no me invita?
¿Me querrá o solo me está utilizando?... etc., etc., etc.

Y por querer encontrar la respuesta a estas preguntas, decidimos lanzarnos cual clavadista en la Quebrada, hacia donde creemos que está, en lo más profundo de la emociones y sentimientos de la otra persona, para averiguar, para esclarecer, para demostrar el injusto trato que creemos se nos da en virtud de como tratamos a aquella persona y que por justicia y equidad nuestro ego nos hace reclamar en merecimiento. ¡Cuánto dolor se genera en este juego psicológico y para colmo por propia voluntad! Queremos buscar la respuesta en lo profundo de la otra persona, cuando la respuesta resplandece en lo más superficial, en sus actos, donde lo que quieres saber ya te lo dijo.

Cada vez que alguna amistad o algún paciente me pregunta qué hacer para llegar a la respuesta que buscan con sus preguntas, veo el enorme impacto que se suele manifestar en sus rostros cuando les digo: “Pero si ¡ya te lo dijo! ¿Qué más quieres saber si tus preguntas ha sido respondidas claramente desde antes de que las hubieras planteado? No hay nada oculto aquí, no mucho más que preguntar, la respuesta la tienes ante ti y de manera abrumadora. Ya te lo dijo con sus evidentes actos. Lo que pasa es que quizá no te guste esa respuesta, aunque sea la verdadera, y vas a buscar otras respuestas que se adapten a tu favor. No hay peor ciego que el que no quiere ver”. El silencio consecuente ante toda confrontación no se hace esperar. El gesto manifestando el recuerdo de los hechos con lo claro de su mensaje se empieza a hacer manifiesto. Emerson dijo alguna ocasión: “Grita tan fuerte tu actitud que no escucho lo que me dices”, a lo que yo le agregaría: “...y aún así hay gente que prefiere sufrir escuchando lo que le dicen, incluso sabiendo que no es verdad ante lo apabullante de los actos”.

Analicemos un vago y común ejemplo. Cuando queremos demasiado a alguien y se lo demostramos con hechos y con palabras, y ese alguien no nos llama ni nos procura en absoluto... ¿no está quedando claro ya el mensaje desde ahí! Por la necedad de nuestro ego en querer ver solo lo que queremos ver, de inmediato surge la necesidad de hablarle a esa persona para preguntarle si nos quiere o no, como si sólo las palabras comunicaran el mensaje.

¡Los actos comunican con más fuerza y con más veracidad!
Pero no los queremos ver. Son muy dolorosos para observarlos. Rompen nuestra expectativa y en lugar de sanarnos con la verdad, elegimos seguir enfermando nuestra alma queriendo ver una ilusión de óptica fabricada por nosotros mismos. Esta es una de las razones por las cuales los terapeutas seguimos teniendo mucho trabajo. Si alguien a quien procuras con amor no te ha hablado en mucho tiempo y tu te preguntas si te quiere o no..., con sus actos ¡ya te lo dijo!, y quizá desde hace mucho tiempo. No hay mucho que investigar, pero no hay mucho que investigar tan solo si quieres vivir en la verdad. De lo contrario, habrá mucho que indagar, ya que en la mentira nunca se llega a nada que te de la sensación de haber concluido. Cuando se maneja la mentira, al final de la conversación siempre queda ese resquemor que nos hace sentir que algo falta por aclarar, y así, las conversaciones de un mismo punto pueden alargarse por años.

Uno de los más grandes errores de relación en el ser humano es enamorarse de una ilusión, a tal grado, que nunca se ve la verdad por más evidente que esta sea. Y cuando llega el momento donde se alcanza a ver la enorme distancia que existe entre la ilusión y la verdad, entre lo falso y lo real, no se puede creer. Pero lo más increíble es que esa misma distancia la haya generado ella (o él) misma(o). Así de fantasiosa es la mente humana en muchas ocasiones. Y la única solución para salir de este maléfico encanto autoprovocado es decidir enamorarse de la verdad. Cuando uno logra este mágico encuentro, todo se ve claro.

Ahí no hay mucho que preguntar, ¿para qué?, si ya te lo dijo.



(del libro: Cree en ti - Alejandro Ariza)





“Si no te quieren como tú quieres que te quieran,
¿qué importa que te
quieran?
- Amado Nervo.







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