Cuentos Zen

La arrogancia del poder

Maestro y discípulo conversaban en una esquina, cuando una anciana los abordó:"¡Apártense de delante de mi escaparate!,” gritó. “¡Están estorbando a mis clientes!”
El maestro pidió disculpas, y cambió de acera. Continuaban la conversación, cuando se les acercó un policía.
"Necesitamos que se aparte de esta acera,” dijo el policía. “El conde va a pasar por aquí dentro de poco.”
"Que el conde pase por el otro lado de la calle,” respondió el maestro, sin moverse de su sitio. Después se giró a su discípulo:
"No lo olvides: no seas nunca arrogante con los humildes, ni humilde con los arrogantes.”

La arrogancia de la santidad

El monje zen había pasado diez años meditando en su cueva, intentado descubrir el camino de la Verdad. Una tarde, mientras oraba, se le acercó un mono.
El monje intentó concentrarse. El mono, sin embargo, se le acercó despacito y le quitó la sandalia.
-¡Maldito mono! –dijo el monje-. ¿por qué has venido a perturbar mis oraciones?
-Tengo hambre –dijo el mono.
-¡Largo de aquí! ¡Estorbas mi comunicación con Dios!
-¿Cómo quieres hablar con Dios, si no eres capaz de comunicarte con los más humildes, como yo? –dijo el mono.
Y el monje, avergonzado, le pidió disculpas.

La arrogancia de la envidia

En el desierto de Siria, decía Satanás a sus discípulos: “el ser humano siempre está más preocupado por desear el mal a los otros que en hacerse el bien a sí mismo.”
Y para probar lo que decía, decidió tentar a dos hombres que descansaban allí cerca.
"He venido para hacer realidad tus deseos,” le dijo a uno de ellos. “Puedes pedir lo que quieras, que te será dado. Tu amigo recibirá lo mismo que tú, pero el doble.”
El hombre permaneció largo tiempo en silencio.
Finalmente, dijo:
"Mi amigo está contento, porque obtendrá el doble que yo, sea cual sea mi deseo. Pero he conseguido prepararle una trampa: mi deseo es que me dejes ciego de un ojo.”

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