Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos
Por Fernando Pessoa
La explicación de cómo vemos
No hay modo de poner en correspondencia la tremenda estabilidad de los colores con que vemos los objetos del mundo con la luz que viene de ellos. La explicación de cómo vemos los colores no es sencilla, y no podemos intentarla aquí en sus detalles.
Pero lo esencial es que para explicarlo debemos dejar de pensar en que el color de los objetos que vemos está determinado por las características de luz que nos llegue de ellos, y debemos, en cambio, concentrarnos en comprender cómo la experiencia de un color corresponde a una configuración específica de estados de actividad en el sistema nervioso que su estructura determina.
De hecho, aunque no lo hagamos aquí en este momento, es posible demostrar que, debido a que tales estados de actividad neuronal (como en el ver verde) pueden ser gatillados por una variedad de perturbaciones luminosas distintas (como las que hacen posible ver las sombras de colores), es posible correlacionar el nombrar colores con estados de actividad neuronal pero no con longitudes de onda.
Qué estados de actividad neuronal son gatillados por las distintas perturbaciones, está determinado en cada persona por su estructura individual y no por las características del agente perturbante.
Lo dicho es válido para todas las dimensiones de la experiencia visual (movimiento, textura, forma y demás) así coma para cualquier otra modalidad perceptual. Podríamos ofrecer situaciones similares que nos revelan, de un solo golpe, que lo que tomábamos como una simple captación de algo (como espacio o color) tiene la estampa indeleble de nuestra propia estructura.
¿Objetividad o subjetividad?
¿Cómo surgen entonces la extraordinaria efectividad operacional del hombre y los animales, y su enorme capacidad de aprendizaje y manipulación del mundo? Si negamos la objetividad de un mundo cognoscible, ¿no quedamos acaso en el caos de la total arbitrariedad porque todo es posible?
Eso es como caminar al filo de la navaja. Hacia un lado hay una trampa: la imposibilidad de comprender el fenómeno cognoscitivo si asumimos un mundo de objetos que nos informa porque no hay un mecanismo que de hecho permita tal "información". Hacia el otro lado, otra trampa: el caos y la arbitrariedad de la ausencia de lo objetivo, donde cualquier cosa parece posible. Tenemos que aprender a caminar sobre la línea media, en el filo mismo de la navaja.
En efecto, por un lado, tenemos la trampa de suponer que el sistema nervioso opera con representaciones del mundo. Y es una trampa porque nos ciega ante la posibilidad de dar cuenta de cómo funciona el sistema nervioso en su operar momento a momento como sistema determinado con clausura operacional.
Por otro lado, tenemos la otra trampa, la de negar el medio circundante, la de suponer que el sistema nervioso funciona completamente en el vacío, donde todo vale y todo es posible. Es el extremo de la absoluta soledad cognoscitiva o solipsismo (de la tradición filosófica clásica que afirmaba que sólo existe la propia interioridad). Y es una trampa porque no nos permite explicar cómo hay una adecuación o conmensurabilidad entre el operar del organismo y su mundo.
Ahora, estos dos extremos o trampas han existido desde los primeros intentos de comprender el fenómeno del conocer, aun en sus raíces más clásicas. Hoy día, predomina el extremo representacional; en otros tiempos, ha predominado la visión contraria.
Nuestro punto de vista es el resultado de de un acoplamiento estructural
Este saber que sabemos, conlleva una ética que es inescapable y que no podemos soslayar. En esta ética, lo central es que un verdadero hacerse cargo de la estructura biológica y social del ser humano equivale a poner a la reflexión de que éste es capaz y que le distingue, en el centro. Equivale a buscar las circunstancias que permiten tomar conciencia de la situación en que está - cualquiera que ésta sea - y mirarla desde una perspectiva más abarcadora, con una cierta distancia.
Si sabemos que nuestro mundo es siempre el mundo que traemos a la mano con nosotros, cada vez que nos encontremos en contradicción u oposición con otro ser humano, con el cual quisiésemos convivir, nuestra actitud no podrá ser la de reafirmar lo que vemos desde nuestro propio punto de vista, sino la de apreciar que nuestro punto de vista es el resultado de de un acoplamiento estructural en un dominio experiencial tan válido como el de nuestro oponente, aunque el suyo nos parezca menos deseable.
Lo que cabrá, entonces, será la búsqueda de una perspectiva más abarcadora, de un dominio experiencial donde el otro también tenga lugar y en el cual podamos construir un mundo con él.
Humberto Maturana, Francisco Varela. El árbol del conocimiento
Posted at 4:13 a.m. | Etiquetas: Psicologia |
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