Y el bosque se perdió
Una ardilla terriblemente asustada veía como las llamas consumían su morada que era un viejo, hermoso y alto pino. En su desesperación, por salvarse del fuego, ella se refugió entre unas piedras del río y para su sorpresa aquel lugar parecía el arca de Noé: mapaches, conejos, serpientes, arañas, castores, hasta un puerco espín; pareciera que ellos tenían un pacto de no agresión, pues algunos eran entre ellos enemigas naturales; el motivo era uno solo: su hábitat natural estaba desapareciendo y los unían el miedo y el deseo de sobrevivir.
La inquieta ardilla, con su permanente curiosidad, empezó a investigar por qué se había producido el fuego. Todos ignoraban la causa menos un oso hormiguero que le platicó los sucesos.
-Unos jóvenes excursionistas acamparon cerca del río, después de haber destrozado varios árboles, y arrojado basura por doquier. Aburridos, se les ocurrió que sería muy divertido incendiar el bosque, y entre risas y bromas rociaron con gasolina el hermoso pino en que tú habitas, -le señaló a la ardilla- y por fortuna no estabas en él cuando le prendieron fuego; el resto de la historia ya lo conoces; los jóvenes, cuando se dieron cuenta de las proporciones que estaba tomando el siniestro, entre burlas y satisfacción por su «travesura», emprendieron graciosa huida.
La afligida y desconsolada ardilla se preguntaba a sí misma cómo poder evitar en el futuro esa desgracia, pues sabía que si lograba sobrevivir tendría que buscar un nuevo hogar. En ese momento vio a señor búho que también buscaba refugio y de inmediato le abordó.
-Señor búho, perdone que lo interrumpa, ¿me podría explicar cómo evitar estos incendios?
-Mira, pequeña ardilla, hay fuegos inevitables, pero lo más dramático es que la mayoría son intencionados por seres malvados y sin escrúpulos, pues no miden el daño que nos hacen a nosotros y a ellos mismos.
-Pero señor búho, ¿qué hacer para que los humanos comprendan lo que produce su salvajismo?
-Ardilla, los seres humanos inventaron algo que se llama educación, a través de ella deberían darles a conocer las consecuencias de sus actos.
-¿Acaso estos jóvenes no fueron educados? -insistió la ardilla.
-Seguramente sí, pero no en el valor de la belleza. Cuando una persona es capaz de admirar un amanecer, la grandeza y misterio que encierra una hermosa flor, cuando se sorprende ante la variedad de los seres que habitamos el bosque, de la gracia de un conejo, del caminar de un armadillo, de los colores de una mariposa; entonces es capaz de respetarnos.
-Señor búho, ¿el apreciar la belleza hace a los seres humanos buenos?
-Desde luego; el auténtico amor se inicia con la admiración y cuando un ser humano se extasía con la belleza, difícilmente podrá hacer el mal.
-Entonces, sí podemos abrigar la esperanza que esto no vuelva a suceder.
-Eso depende de los seres humanos, -concluyó el búho- de que se decidan a educar en el valor que te permite descubrir a Dios: la belleza.
No sabemos si estos animalitos sobrevivieron, pero la curiosidad de la ardilla y la sabiduría del búho nos dan una lección; tenemos que aprender a amar la belleza si deseamos conservar la creación y una llamada de atención a los educadores, ¡por favor eduquen en valores, pues el bosque se perdió!
Miguel Ángel Cornejo
La inquieta ardilla, con su permanente curiosidad, empezó a investigar por qué se había producido el fuego. Todos ignoraban la causa menos un oso hormiguero que le platicó los sucesos.
-Unos jóvenes excursionistas acamparon cerca del río, después de haber destrozado varios árboles, y arrojado basura por doquier. Aburridos, se les ocurrió que sería muy divertido incendiar el bosque, y entre risas y bromas rociaron con gasolina el hermoso pino en que tú habitas, -le señaló a la ardilla- y por fortuna no estabas en él cuando le prendieron fuego; el resto de la historia ya lo conoces; los jóvenes, cuando se dieron cuenta de las proporciones que estaba tomando el siniestro, entre burlas y satisfacción por su «travesura», emprendieron graciosa huida.
La afligida y desconsolada ardilla se preguntaba a sí misma cómo poder evitar en el futuro esa desgracia, pues sabía que si lograba sobrevivir tendría que buscar un nuevo hogar. En ese momento vio a señor búho que también buscaba refugio y de inmediato le abordó.
-Señor búho, perdone que lo interrumpa, ¿me podría explicar cómo evitar estos incendios?
-Mira, pequeña ardilla, hay fuegos inevitables, pero lo más dramático es que la mayoría son intencionados por seres malvados y sin escrúpulos, pues no miden el daño que nos hacen a nosotros y a ellos mismos.
-Pero señor búho, ¿qué hacer para que los humanos comprendan lo que produce su salvajismo?
-Ardilla, los seres humanos inventaron algo que se llama educación, a través de ella deberían darles a conocer las consecuencias de sus actos.
-¿Acaso estos jóvenes no fueron educados? -insistió la ardilla.
-Seguramente sí, pero no en el valor de la belleza. Cuando una persona es capaz de admirar un amanecer, la grandeza y misterio que encierra una hermosa flor, cuando se sorprende ante la variedad de los seres que habitamos el bosque, de la gracia de un conejo, del caminar de un armadillo, de los colores de una mariposa; entonces es capaz de respetarnos.
-Señor búho, ¿el apreciar la belleza hace a los seres humanos buenos?
-Desde luego; el auténtico amor se inicia con la admiración y cuando un ser humano se extasía con la belleza, difícilmente podrá hacer el mal.
-Entonces, sí podemos abrigar la esperanza que esto no vuelva a suceder.
-Eso depende de los seres humanos, -concluyó el búho- de que se decidan a educar en el valor que te permite descubrir a Dios: la belleza.
No sabemos si estos animalitos sobrevivieron, pero la curiosidad de la ardilla y la sabiduría del búho nos dan una lección; tenemos que aprender a amar la belleza si deseamos conservar la creación y una llamada de atención a los educadores, ¡por favor eduquen en valores, pues el bosque se perdió!
Miguel Ángel Cornejo
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