Fitoactivos y Nanoesferas

El historiador australiano Vere Gordon Childe, en su libro Orígenes de la civilización, propone una tesis interesante sobre el surgimiento de ésta; la ubica –en una versión libre y sintética-, no en la aparición de la escritura como el antes y el después de historia, sino en la producción de excedentes. Cuando el hombre produce un excedente, eso lo obliga a permanecer en un lugar y con ello deja de ser nómada, después se necesita quien cuide el excedente y surge una clase guerrera –antecedente de la militar-, aparece también la necesidad de administrarlo y una parte de la población deja de dedicarse a cazar o cultivar para desempeñarse como administrador, fase previa de los gobernantes. Con esta redefinición de tareas en la comunidad, una parte se dedica a producir los alimentos y otra los cuida y los administra, la segunda es sostenida por la primera, más o menos como ahora, sólo que sin excedentes. En este segundo grupo, sin la preocupación de tener que trabajar para comer, había individuos que disponían de tiempo para observar su entorno y comienza así la producción intencional de conocimiento, un saber que no siempre se compartía con toda la comunidad.
En el antiguo Egipto, por ejemplo, los científicos sabían –por observación-en qué etapa del año, como consecuencia de los fenómenos meteorológicos y climáticos, aumentaba el nivel del río Nilo; este conocimiento lo utilizaban para alertar sobre inundaciones y “proteger” a los habitantes de las riberas del río; con esto hacían creer a la población que eran una clase privilegiada, dotada de poder divino que les otorgaba atributos para guiar a su pueblo, el cual, por su parte, creía firmemente en ese poder sobrenatural que justificaba plenamente la prerrogativa de gobernar.
Si alguien piensa que eso sucedía sólo en las etapas tempranas de la historia y que se trata de una fase superada, está equivocado. El asombro ante el misterio del saber todavía no termina, la ciencia aparece como un misterio al que sólo un grupo de privilegiados puede acceder. Aún más cuando ese saber fue incrementándose y para hacerlo manejable se le dividió en disciplinas y su enseñanza se distribuyó socialmente en las instituciones denominadas escuelas. Con esta organización de la ciencia, son pocos los que llegan a los niveles más altos de conocimiento, donde los especialistas (aquellos que saben más de menos) gozan de alto reconocimiento social. La estupefacción que produce el saber científico se utiliza, entre otras cosas, para una de las actividades más populares en la sociedad actual: para vender.
Los fabricantes de mercancías y sus publicistas utilizan la ignorancia científica de los consumidores para convencerlos de la calidad y utilidad de sus productos. Los artículos que hace años querían mostrar sus bondades diciendo a sus potenciales compradores que contenían vitaminas, manzanilla o gingsen hoy están en desuso, parecen antiguos y pasados de moda; se les tiene, en consecuencia, como mercancías más baratas y de escasa calidad.
El pan de caja nunca ha contenido colesterol, característica que hoy se anota con grandes letras en sus envolturas. Nos venden aceite para cocinar con “omega 3, 6 o 9”. Otros comestibles con “cero gramos de ácidos grasos trans”. Yogurt con “bacilos actiregularis”. Detergentes y desengrasantes que contienen “moléculas abrillantadoras o cítricas”, lo cual parece ser fundamentalmente bueno; otros contienen “tricloro con activos de fuerza fría”, mejor ni preguntar; hay limpiadores con “oxipower” o “brillactive sin residuos” en los que se combinan dos desconocimientos generales entre la población: el científico y el del idioma inglés; en los estantes de los supermercados se encuentran limpiavidrios con “amonia-D”, limpiadores con “densicloro” y lavatrastes con “aloe vera” que casi nadie relaciona con la tradicional sábila; dan ganas de preguntar por qué los cobran si tienen todas esas cochinadas.
Algunas frases publicitarias parecen verdaderos mensajes cifrados o código para iniciados: hay jabones exfoliantes con “antiacnil-3” (ignoro si hay un antiacnil 1, 2 , 4 ó más y si éstos son más o menos potentes); cremas con “activo bioaclarante” que podría ser la solución para el Negrito Cucurumbé quien –ignorante de la existencia de los grandes supermercados- se quería volver blanco sólo bañándose en el mar; también se puede adquirir gel exfoliante con “AHA’s+microperlas” que podría ser la envidia de cualquier serpiente si se juzga por su componente; existe una crema correctora de estrías que parece ser única porque señala en grandes letras contener “prolastium+X-tensyl” aunque también hay crema con “hidragen 5”.
Los champús para el cabello causan desconcierto, pues no se sabe bien a bien cuál resultará más útil, si uno que contiene “queratina”, otro que incluye “fitoactivo” o si será mejor elegir uno con “nanoesferas”.
Si se trata de baterías para automóvil quizá elijan las que tienen “tecnología power frame en rejillas positivas”, suena complejo e indescifrable; puede ser que nos otorgue mejor status como consumidores. Hasta la adquisición de un colchón ahora puede ser más moderna si optamos por uno con “acero y microcel G4” o por otro con “tecnología memory high control”.
A este paso, si queremos saber lo que bebemos, comemos, inhalamos o nos untamos tendremos que ir al supermercado con unos buenos diccionarios científicos.

Pilar Ramirez

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