El poder de la mente para enfermar o curar el cuerpo
Cómo ejercer una buena medicina
Según lo define Oakley Ray, profesor de Psiquiatría y Psicología de la Universidad Vanderbitt (USA), lo que llamamos mente es el resultado del funcionamiento del cerebro: los pensamientos, las creencias, las ideas, las esperanzas, y aun las emociones y sentimientos, resultan de actividades eléctricas y químicas que tienen lugar en las células nerviosas del cerebro.
La mente (o la actividad del cerebro) es la primera línea que tiene el cuerpo para defenderse contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y a favor de la salud y el bienestar.
Todo lo que pensamos y todo lo que creemos tiene efectos tanto positivos como negativos sobre nuestra salud física.
Las investigaciones más recientes dan evidencias incuestionables de las interacciones mente-cerebro-cuerpo a nivel molecular y celular (neurotransmisores, hormonas, citoquinas) que pueden impactar sobre la salud y la calidad de vida de los individuos.
Hipócrates decía que es más importante conocer al paciente que tiene una enfermedad que conocer la enfermedad que tiene el paciente. En efecto, desde la medicina clásica se recomienda poner el enfoque en el paciente, en cada paciente en particular considerándolo como un individuo único e irrepetible.
La calidad de la buena medicina radica en la calidad de la interacción humana, aquella que surge de la relación entre el médico y sus pacientes.
Otro grande de la medicina, Galeno de Pérgamo, observó hace más de 1800 años que la mayoría de las personas que lo consultaban no tenían ningún mal físico.
Mucho más recientemente, en un estudio realizado en la Academia Americana de Medicina (1991) se analizaron mil consultas a médicos clínicos y se informó que sólo un 16 % de esas personas tenía algún problema físico objetivable.
La gente no va al médico sólo porque le duele algo. Quieren que les presten atención, que los escuchen y los comprendan en algún sufrimiento que pocas veces tiene que ver con algo objetivo del cuerpo.
La actitud mental del individuo tiene mucho que ver con su situación ante la enfermedad o la posibilidad de morir. Cuatro siglos antes de Cristo el cronista griego Tucídides observaba que la cosa más terrible es la desolación en la que cae la gente cuando se da cuenta que contrajo una enfermedad ya que en esas circunstncias adopta una actitud desesperada y pierde el poder de resistencia.
Véase en ello una clara referencia a la diferente posibilidad de lucha contra la enfermedad entre el optimista que seguramente vivirá más, y el pesimista que verá apurado el proceso de su muerte.
Y eso es porque lo que creemos y lo que sentimos influye fuertemente sobre nuestro estado corporal como para aumentar o disminuir nuestros recursos biológicos defensivos y con ellos nuestras posibilidades de salud o de muerte.
El rol del paciente en el proceso de su curación ha cambiado porque ha ganado en importancia a la vez que el rol del médico ya no es el del "ser supremo" que todo lo cura, sino que debe interactuar con el paciente: explicando, enseñando, transmitiendo habilidades y fuertes contenidos de esperanza. El médico se transforma en un colaborador del paciente para enfrentar juntos a la enfermedad.
Estudios realizados durante la última década demostraron estadísticamente que cuanto mayor es la educación e instrucción alcanzada por el paciente, menor es su índice de mortalidad. Incluso la existencia de creencias religiosas ha significado importantes reducciones en porcentajes de complicaciones o muertes en pacientes sometidos a cirugías cardiovasculares.
Esto prueba una vez más el poder de la mente: las creencias, los efectos producidos por la idea de que Dios me ama, el sostén de los vínculos (amistad-familia) son todas fuerzas poderosas en el momento de luchar contra la enfermedad porque aumentan la seguridad y la autoestima.
Es conocida también la influencia del estrés sobre la salud y la enfermedad. En investigaciones realizadas con estudiantes de medicina sometidos al consabido estrés durante sus períodos de exámenes, se estudió su sistema defensivo inmunitario y se concluyó que durante ese período este sistema se deprime y consecuentemente sube la posibilidad de contraer infecciones.
Otra prueba de la influencia de la mente sobre las afecciones del cuerpo la da este simple juego de ecuaciones ante enfermedades definidas como incurable (como el sida)
Según lo define Oakley Ray, profesor de Psiquiatría y Psicología de la Universidad Vanderbitt (USA), lo que llamamos mente es el resultado del funcionamiento del cerebro: los pensamientos, las creencias, las ideas, las esperanzas, y aun las emociones y sentimientos, resultan de actividades eléctricas y químicas que tienen lugar en las células nerviosas del cerebro.
La mente (o la actividad del cerebro) es la primera línea que tiene el cuerpo para defenderse contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y a favor de la salud y el bienestar.
Todo lo que pensamos y todo lo que creemos tiene efectos tanto positivos como negativos sobre nuestra salud física.
Las investigaciones más recientes dan evidencias incuestionables de las interacciones mente-cerebro-cuerpo a nivel molecular y celular (neurotransmisores, hormonas, citoquinas) que pueden impactar sobre la salud y la calidad de vida de los individuos.
Hipócrates decía que es más importante conocer al paciente que tiene una enfermedad que conocer la enfermedad que tiene el paciente. En efecto, desde la medicina clásica se recomienda poner el enfoque en el paciente, en cada paciente en particular considerándolo como un individuo único e irrepetible.
La calidad de la buena medicina radica en la calidad de la interacción humana, aquella que surge de la relación entre el médico y sus pacientes.
Otro grande de la medicina, Galeno de Pérgamo, observó hace más de 1800 años que la mayoría de las personas que lo consultaban no tenían ningún mal físico.
Mucho más recientemente, en un estudio realizado en la Academia Americana de Medicina (1991) se analizaron mil consultas a médicos clínicos y se informó que sólo un 16 % de esas personas tenía algún problema físico objetivable.
La gente no va al médico sólo porque le duele algo. Quieren que les presten atención, que los escuchen y los comprendan en algún sufrimiento que pocas veces tiene que ver con algo objetivo del cuerpo.
La actitud mental del individuo tiene mucho que ver con su situación ante la enfermedad o la posibilidad de morir. Cuatro siglos antes de Cristo el cronista griego Tucídides observaba que la cosa más terrible es la desolación en la que cae la gente cuando se da cuenta que contrajo una enfermedad ya que en esas circunstncias adopta una actitud desesperada y pierde el poder de resistencia.
Véase en ello una clara referencia a la diferente posibilidad de lucha contra la enfermedad entre el optimista que seguramente vivirá más, y el pesimista que verá apurado el proceso de su muerte.
Y eso es porque lo que creemos y lo que sentimos influye fuertemente sobre nuestro estado corporal como para aumentar o disminuir nuestros recursos biológicos defensivos y con ellos nuestras posibilidades de salud o de muerte.
El rol del paciente en el proceso de su curación ha cambiado porque ha ganado en importancia a la vez que el rol del médico ya no es el del "ser supremo" que todo lo cura, sino que debe interactuar con el paciente: explicando, enseñando, transmitiendo habilidades y fuertes contenidos de esperanza. El médico se transforma en un colaborador del paciente para enfrentar juntos a la enfermedad.
Estudios realizados durante la última década demostraron estadísticamente que cuanto mayor es la educación e instrucción alcanzada por el paciente, menor es su índice de mortalidad. Incluso la existencia de creencias religiosas ha significado importantes reducciones en porcentajes de complicaciones o muertes en pacientes sometidos a cirugías cardiovasculares.
Esto prueba una vez más el poder de la mente: las creencias, los efectos producidos por la idea de que Dios me ama, el sostén de los vínculos (amistad-familia) son todas fuerzas poderosas en el momento de luchar contra la enfermedad porque aumentan la seguridad y la autoestima.
Es conocida también la influencia del estrés sobre la salud y la enfermedad. En investigaciones realizadas con estudiantes de medicina sometidos al consabido estrés durante sus períodos de exámenes, se estudió su sistema defensivo inmunitario y se concluyó que durante ese período este sistema se deprime y consecuentemente sube la posibilidad de contraer infecciones.
Otra prueba de la influencia de la mente sobre las afecciones del cuerpo la da este simple juego de ecuaciones ante enfermedades definidas como incurable (como el sida)
1) Aceptar el diagnóstico + Aceptar el pronóstico = Tiempo de sobrevida reducido
2) Aceptar el diagnóstico + Desafiar y rechazar el pronóstico = Tiempo de sobrevida más prolongado
Vale decir que los pacientes del segundo grupo que rechazaban el mal pronóstico de su enfermedad a partir de tener la convicción de luchar por vivir, incuestionablemente viven más.
Un dato más que no se puede ignorar es que las personas que tienen más conexión con sus amigos, con su familia o con grupos de apoyo, tienen un índice de mortalidad más bajo. Es así de cierto: los amigos significan buena salud e incrementan la longevidad. Y esto se nota mucho más después de los 60 años de edad: los viejos aislados sin amigos o sin familia, tienen el doble de probabilidades de morir antes que los que frecuentan amistades.
De todo lo expuesto surge como conclusión que el poder y la influencia de la mente sobre el cuerpo ante la salud, la enfermedad y la misma muerte, es algo absoluto que está fuera de discusión.
La medicina y los médicos, si de verdad queremos ayudar a nuestros pacientes, deberemos tener una visión menos superespecializada, alejarnos de lo que está excesivamente centrado en lo biológico y volver nuestra mirada humanitariamente hacia la mente y el corazón de nuestros enfermos.
Posted at 8:23 a.m. | Etiquetas: Psicologia |
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