Las formas son importantes
"...De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la amistad o la enemistad, la armonía o el conflicto.
Es cierto que debe decirse la verdad, pero la falta de acierto en la forma de expresarla, o la falta de oportunidad en el momento y circunstancias de decirla, provoca muchas veces grandes problemas.
Es cierto que hay verdades que son duras de decir, o duras de escuchar, y que quizá aún así hay que decirlas, pero todos hemos de aprender a hablar de manera que nuestras palabras no despierten la defensividad del interlocutor, es decir, que quien las escucha no las perciba como hostilidad o como provocación.
Hay muchas formas de decir lo mismo, y normalmente no hay necesidad de hacer antipática la verdad.
La verdad es como una joya, que puede lanzarse contra el rostro de alguien, para herirle, o bien ser presentada y ofrecida de modo afable, con la consideración que merece.
La mayoría de los que presumen de andar por la vida cantando las verdades a todo el mundo, lo que quizá no dicen o no saben es que lo que les mueve a hacerlo no es su amor a la verdad sino su afán de impresionar a los demás, cosa que parece que les encanta.
Quizá creen que quedan muy bien, que quedan por encima, cuando la realidad es que suelen hacer el ridículo, y sobre todo, no convencen a nadie.
La razón expresada con malos modos no persuade, sino que enfurece y encona.
Todos necesitamos de indulgencia, y –como decía Menéndez y Pelayo– el que no la otorga a los demás, difícilmente la encontrará luego para sí mismo.
Sería interesante examinar con qué cuidado tratamos a cada uno, si tenemos la suficiente consideración con todos, si hablamos a todos y de todos con respeto y aprecio, si actuamos con justicia y lealtad.
Y quizá con más razón en su ausencia: de manera que si el interesado estuviera presente, quedara agradecido por el modo en que se habla de él.
Es cierto que debe decirse la verdad, pero la falta de acierto en la forma de expresarla, o la falta de oportunidad en el momento y circunstancias de decirla, provoca muchas veces grandes problemas.
Es cierto que hay verdades que son duras de decir, o duras de escuchar, y que quizá aún así hay que decirlas, pero todos hemos de aprender a hablar de manera que nuestras palabras no despierten la defensividad del interlocutor, es decir, que quien las escucha no las perciba como hostilidad o como provocación.
Hay muchas formas de decir lo mismo, y normalmente no hay necesidad de hacer antipática la verdad.
La verdad es como una joya, que puede lanzarse contra el rostro de alguien, para herirle, o bien ser presentada y ofrecida de modo afable, con la consideración que merece.
La mayoría de los que presumen de andar por la vida cantando las verdades a todo el mundo, lo que quizá no dicen o no saben es que lo que les mueve a hacerlo no es su amor a la verdad sino su afán de impresionar a los demás, cosa que parece que les encanta.
Quizá creen que quedan muy bien, que quedan por encima, cuando la realidad es que suelen hacer el ridículo, y sobre todo, no convencen a nadie.
La razón expresada con malos modos no persuade, sino que enfurece y encona.
Todos necesitamos de indulgencia, y –como decía Menéndez y Pelayo– el que no la otorga a los demás, difícilmente la encontrará luego para sí mismo.
Sería interesante examinar con qué cuidado tratamos a cada uno, si tenemos la suficiente consideración con todos, si hablamos a todos y de todos con respeto y aprecio, si actuamos con justicia y lealtad.
Y quizá con más razón en su ausencia: de manera que si el interesado estuviera presente, quedara agradecido por el modo en que se habla de él.
(Fragmento)
Alfonso Aguiló
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