Heridas


“Los valientes que se atreven a descender a los abismos, suelen encontrar la
perla mística”.


En general, todos padecemos los mismos o parecidos dolores y heridas psíquicas, tarde o temprano. Son aquellas que va dejando la vida en su transcurrir por nosotros, mientras evolucionamos y de las cuales es conveniente saber curarse como de las físicas, pues si no condicionarán gravemente nuestra manera de interpretar la vida y relacionarnos con los demás. Repitiéndose una y otra vez el mismo patrón de comportamiento, que nos lleva el eco o los miedos generados por los acontecimientos sufridos y no asimilados del pasado. Son como una semilla, que seguimos sembrando y que produce la misma cosecha de dolor, confusión, incertidumbre y angustia. Coloreando y oscureciendo nuestra visión, atrapados como estamos por viejos esquemas o hábitos mentales y emocionales, que condicionan, de este modo, nuestra forma de pensar, sentir y actuar.



Pero hay una salida de este círculo vicioso, tanto los Grandes Maestros de Sabiduría, de todos los tiempos, como los buenos profesionales de la psicología de hoy, nos ofrecen soluciones, que de ser aplicadas sobre nosotros mismos, nos van otorgando otra visión y forma de enfrentar la realidad cotidiana, obteniendo paso a paso, el dominio sobre las sombras que antes nos confundían o hechizaban.



Entre los muchos y buenos consejos que he encontrado, me ha parecido sumamente práctico para aplicar, sobre nosotros mismos, una Atención Consciente sostenida, de modo que podamos conocernos y así tener opción de transformarnos y poco a poco dominarnos, a través de la práctica reiterada de pautas de comportamiento más positivas.



Esta atención consciente, crea una atención juiciosa, un espacio de claridad que emerge cuando apaciguamos la mente.

Nos vuelve receptivos a los susurros de nuestro juicio intuitivo.

Nos da claridad y discernimiento.

Para ver las cosas tal como son en cada momento, no como queremos que sean.



Como comprobaremos esta atención consciente, nos aporta claridad y verdad. Pero hace falta tener el valor de reconocerla y concienciarla, lo cual implica mantener este ojo abierto sobre nosotros.

Esta será la primera batalla a librar y a ganar, como dirían los antiguos egipcios, lograr abrir el ojo, recuperarlo.

Luego tendremos que conseguir mantenerlo abierto permanentemente, poco a poco, practicando esta atención consciente cada vez más prolongadamente, y profundizando con ella, en nuestro mundo emocional, mental y espiritual, hasta llegar a la conquista del ojo que lo iluminará todo con su sabiduría constantemente como el sol, de día y de noche.



Hace algún tiempo atrás, un maestro me explico la ceguera en la que caemos por falta de atención, de la siguiente forma: El primer objetivo a conseguir, sería despertar, darnos cuenta de la forma peculiar en que estamos obnubilados o "dormidos".



Para salir de esa “ceguera”, que nos hace creer que nuestras creencias, distorsionadas por nuestros esquemas, son la verdad, hay que tener el valor de cuestionar nuestros hábitos mentales y emocionales.

Hasta llegar a comprender que “lo que pensamos que es la realidad, es tan sólo una ilusión personal”, que iremos cambiando, o despejando, en la medida en que nuestra atención consciente, nos facilite poder ver más allá de esos velos, la realidad.



Primero nos recomiendan, tomar distancia, verlos como pensamientos de otro, dialogar con ellos, rebatirlos.

Ver que son sólo eso pensamientos, emociones, no realidades, que como nubes oscurecen o tapan el sol de la verdad, que está más allá, y romper así la tiranía mental que ejercen sobre nosotros.



Hay algo muy importante a comprender, en esta alquimia interior, y es que “la mente capta las cosas tal como le parecen que son, y no como son realmente”. Por lo tanto, deberíamos partir de que no sabemos como son las cosas, porque inevitablemente, las empañamos con nuestra visión coloreada y deformada por nuestros esquemas personales (o traumas), o por nuestra propia ignorancia simplemente.



Partiendo de aquí, de una sana humildad, de un querer llegar a conocer la verdad, podemos emprender el viaje de retorno a ese ojo sagrado. De ese Ojo, que nos dará la posibilidad de Ver y Conocer la Verdad, trascendidos todos los velos de la ilusión y la pasión que enceguece.



Que sabio nos resulta Sócrates, cuando afirmaba: “sólo sé que no sé nada”. Esta sería la actitud correcta del buscador de la Verdad.



Luego vendrá el diálogo, la práctica, el orden y la limpieza interior, pero es fundamental partir de esta sana y valiente humildad filosófica, del que quiere aprender, borrando previamente.



Abrir “el Ojo”, o mantener la atención consciente sobre nuestros actos, pensamientos y emociones, exige una mirada limpia, de telarañas y colores, que nos permita poder llegar a Ver las cosas como son, no como nos parecen a nosotros, por el impacto que nos causan o por la interpretación que hacemos de ellas. Sino verlas objetivamente con el mensaje que encierran para nuestra personal superación. Entonces podremos volvernos alquimistas de nuestro interior y de nuestro exterior, transformando en luz, las sombras internas y externas.



Profundizando un poco más, nos expone esa doctrina que siendo la emoción la que crea el gusto o el disgusto hacia las apariencias que nos rodean, hay que ser consciente de las cosas con ecuanimidad, y no aferrarse al gusto ni al disgusto que nos puedan causar.



Existen dos maneras de responder al sufrimiento explica el Dalai Lama: “Una consiste en ignorarlo y la otra, en contemplarlo fijamente y penetrar conscientemente en él, para los que practican un camino espiritual, la práctica consiste en penetrar en él”, para descubrir su raíz y extirparla. “La manera en que vemos las cosas, sería su raíz, su causa”. Y es que según como las vemos, así pensamos, sentimos y actuamos. Por lo tanto, el remedio está en nuestro interior.



Toda experiencia, por más dolorosa que sea, es una puerta oculta que si logramos atravesar con Valor, nos libera de nuestras actuales limitaciones, desarrollando potencias hasta ahora dormidas en nuestro interior y que requieren ejercicio para crecer, pruebas para desarrollarse.



Siempre se ha enseñado que: “A un hombre, solo se le conoce realmente en la adversidad, y que es ésta la que nos fortalece”.



Recuerdo como mi abuela materna siempre me repetía: “Cuando Dios quiere un roble, lo pone en medio de la tormenta”. Por lo tanto, la cuestión no sería esforzarnos en tener, conseguir o conservar circunstancias agradables, sino en aprovechar todas las experiencias que el destino nos depare como parte de nuestro aprendizaje y formación, por muy duras que resulten, pues siempre hay oro escondido, para el que sabe buscarlo y extraerlo, en todo lo que nos toque vivir.



El nos despierta, nos avisa, nos empuja a buscar la causa, la salida del laberinto, el centro liberador, desarrolla nuestra conciencia, en la medida en que tenemos el valor de penetrar en él, buscando trascenderle, no sólo para liberarnos a nosotros mismos de las causas del dolor, sino para poder ayudar a los demás, en la medida de nuestras fuerzas, en este importante propósito de la vida, la liberación del sufrimiento.



No es posible como constatamos, ver con claridad, ver la realidad, sin antes purificar nuestra mente y nuestras emociones de la oscuridad que la empaña. Será el dolor el que nos obligue o nos guíe, según nuestra elección, en el camino de la liberación, en la búsqueda de la felicidad perdida para todos. En la curación de nuestra ignorancia, a través de la Sabiduría.





Siempre fue y será la mejor terapia interna para todos los hombres de cualquier tiempo, Ofrecer el don que cada cual tiene, compartir con los demás lo mejor de si mismo, el "oro" conquistado por su corazón y su mente, ennobleciéndose y embelleciéndose y embelleciendo su entorno con su generosa y valiente aportación.



Entonces, podríamos hacer del Mundo un verdadero "Jardín", reflejo fiel de Aquel lugar mágico donde dicen los textos egipcios:

"Que el Sol nunca se oculta, y los Lotos no se cierran"


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