Depuración corporal, los intestinos
Son nuestros órganos de relación primaria con el alimento. Á través de estos conductos, los nutrientes que ingresaron al estómago (bolo alimenticio), sufren el necesario proceso de degradación y asimilación. Por esta misma vía se excretan los desechos resultantes de todo el acto digestivo. El recorrido se inicia en el intestino delgado (entre 5 y 6 metros de longitud y unos 3 centímetros de diámetro) y culmina en el intestino grueso o colon (1,5 metros de largo y hasta 8 centímetros de sección). Si bien se considera que el primero absorbe nutrientes y el segundo elimina desechos, en la práctica ambos cumplen las dos funciones, y ambos son importantes en términos de toxemia corporal; por ello los trataremos como un único órgano.
Es importante detenernos un momento para comprender sus características principales, a fin de obrar de acuerdo a sus leyes y así cooperar con su tarea. Lamentablemente nuestro moderno estilo de vida olvida esta realidad y perjudica su actividad, sufriendo las consecuencias el organismo en su conjunto. No exageramos afirmando que la gran mayoría de los modernos problemas de salud, en el fondo se generan como consecuencia de los desórdenes intestinales.
LA MUCOSA INTESTINAL
Es el medio por el cual las sustancias nutritivas provenientes del bolo alimenticio, pasan a una compleja red de capilares sanguíneos para llegar al hígado, órgano encargado de transformar y redistribuir los nutrientes a través de la sangre. En estado normal, la mucosa, que ocupa unos 300 metros cuadrados de superficie, funciona como un filtro inteligente, dejando pasar sólo las sustancias bien digeridas. Los alimentos mal degradados y los residuos tóxicos se ven obligados a permanecer en el conducto intestinal, hasta ser finalmente evacuados como materia fecal. Pero este principio de funcionamiento tan sencillo, en la práctica se ve obstaculizado por gran cantidad de factores que trataremos de resumir seguidamente.
En primer lugar, el delicado sistema de microfiltros que conforma la porosa pared intestinal, sujeto a constante agresión (alimentos mal digeridos, fermentaciones, putrefacciones, sustancias químicas de todo tipo, antibióticos, venenos, medicamentos, etc.), termina por sufrir cantidad de microlesiones y
aumenta su porosidad. Debido a ello, el filtrado se hace defectuoso y logran pasar nutrientes mal degradados y sustancias tóxicas, que llegan rápidamente al hígado, con el consiguiente impacto nocivo para dicho órgano.
LA CÚRCUMA AYUDA A REPARAR LA PARED INTESTINAL
Originariamente, las mucosas están diseñadas para soportar sustancias indeseables, pero es la cantidad y la continuidad de agresiones, lo que termina irritando y dañando su estructura. Pensemos por un momento en las agresiones de todos los días: gaseosas (ricas en ácidos y colorantes),
agroquímicos, azúcares industriales, refinados, pésimas combinaciones alimentarias, medicamentos... Un solo dato: se sabe que la aspirina destruye la mucosa estomacal y sin embargo nuestro país consume diariamente seis millones de unidades!!!
Otra cuestión que afecta a la mucosa intestinal es la ralentización del bolo alimenticio, fenómeno conocido como estreñimiento o constipación. Esto se debe a tres causas principales: alimentación carente de fibra (y por tanto de capacidad estimuladora del peristaltismo), sedentarismo (que genera atrofia de los músculos peristálticos), y desórdenes del sistema nervioso (que provocan bloqueos energéticos).
ALIMENTACIÓN CON FIBRA...LA ESCOBILLA DEL INTESTINO!
Cuando el alimento se frena en el intestino, hay dos problemas principales: por un lado se generan mayores fenómenos de fermentación y putrefacción (con la consecuente producción de desechos tóxicos), y por otro se incrementa la reabsorción de sustancias nocivas (los desechos citados y los que deberían ser evacuados rápidamente). Además se forman costras en los pliegues intestinales (causa de divertículos), lo cual provoca inflamaciones, falta de tono intestinal, incorrecta absorción de nutrientes y caldo de cultivo para el desarrollo tumoral. Otra consecuencia no menor del estreñimiento y el desarrollo de flora putrefactiva, es la proliferación de microorganismos nocivos, como la escherischia coli, causantes de infecciones urinarias a repetición.
Un aspecto poco conocido de la mucosa intestinal, es su función inmunológica. En la práctica es considerada la primera línea de acción del sistema defensivo, secretando inmunoglobulina A, frente a la presencia de antígenos y alérgenos en el bolo alimenticio. Dicha actividad es proporcional a la presencia de estos elementos en el alimento, razón por la cual podemos entender el agotamiento inmunológico que provocan alimentos cargados de alérgenos y antígenos (el caso de los productos lácteos), sobre todo en organismos débiles.
LA FLORA INTESTINAL
Pero llega el momento de hablar de la flora intestinal, ese magnífico conjunto de unos cien billones de individuos que puebla y vivifica nuestras mucosas.
Sin este complejo mosaico de criaturas, pertenecientes a cuatrocientas especies distintas, los intestinos serían un tubo inerte y desde luego no podrían realizarse todos los fenómenos bioquímicos necesarios para la correcta asimilación y evacuación de lo ingerido. Muchos ignoran la existencia de este verdadero nicho ecológico que llevamos dentro y muchos más ignoran las reglas con las cuales funciona el equilibrio de esta simbiosis de microorganismos. En resumen: no sabemos que están, no sabemos qué necesitan y no sabemos qué los afecta.
La relación con estos imprescindibles “huéspedes ”, debe ser de colaboración recíproca: debemos garantizarles la supervivencia, a fin que nos proporcionen una serie de funciones (esencialmente enzimáticas) que posibilitan la digestión de los alimentos. La simbiosis natural es perfecta: ellos obtienen energía y sustento de los procesos de desdoblamiento de hidratos, grasas y proteínas, procesos que sólo son posibles gracias a las enzimas que aportan. Pocos saben que la degradación inicial de los alimentos (por ejemplo las fibras vegetales) la realiza, en muchos casos, la flora y no los jugos intestinales. Una parte importante de los nutrientes que ingerimos sirven para alimentar la flora, existiendo por ellos una cierta competencia entre los microorganismos y la mucosa.
Una función muy importante de la flora normal, es su capacidad para desdoblar cuerpos grasos, como los ácidos biliares y el colesterol. Al hablar del hígado, vimos que la bilis transporta toxinas y excedentes hacia el intestino. Entre dichos excedentes está el colesterol, con el objeto de ser luego evacuado por los intestinos. Para que esta evacuación sea posible, es necesario el trabajo de ciertas bacterias intestinales que lo “digieren ” (desdoblan). Si esa población de bacterias no existe o es muy reducida, el colesterol permanece íntegro; debido a ello es reabsorbido por la mucosa intestinal y va rápidamente al flujo sanguíneo.
Esto nos permite entender dos cosas: por qué hay vegetarianos con colesterol elevado y por qué es relativo el efecto de las medicaciones para el colesterol. Mucha gente gasta tiempo, dinero y esfuerzo en el inútil y obsesivo control del índice de colesterol, en lugar de atender las mínimas necesidades de la flora, que, gratuita y naturalmente se ocuparía de ello.
La flora genera un ecológico equilibrio dinámico, gracias al cual se evita el desarrollo de enfermedades en el organismo. Si se mantiene prevalente la población de microorganismos normales, éstos impiden que pobladores peligrosos (otras bacterias o levaduras) puedan afincarse en el medio y les roben su forma de sustento habitual. Además, la flora normal genera una especie de cobertura de la mucosa digestiva, cubriendo ciertas porosidades, en las cuales podrían depositarse microorganismos patógenos; con ello están cumpliendo otra importante tarea de defensa corporal.
Los fluidos digestivos (saliva, jugos gástricos e intestinales) determinan las condiciones para el desarrollo de la flora benéfica e impiden el crecimiento de la flora nociva. Des hábitos nefastos del modernismo nutricional conspiran en gran forma contra la calidad de dichos fluidos: la mala masticación y el uso de antiácidos. Es de fundamental importancia la lenta masticación y buena insalivación de los alimentos, al generarse allí sustancias (como la lisozima) con cierto efecto antibiótico contra microorganismos perjudiciales. Por otra parte, el uso y abuso de antiácidos estomacales, al disminuir la acidez estomacal, anula esta verdadera barrera contra bacterias indeseables, que luego colonizan los intestinos, convirtiéndose en huéspedes crónicos. Los antiácidos son otra demostración de cómo atacamos efectos y no resolvemos las causas que generan el problema.
El tipo de alimentación que hagamos, determinará la calidad de flora que tengamos. Si bien el tema nutricional lo tratamos aparte, aportaremos aquí algunos conceptos básicos en función a las necesidades de una flora benéfica.
Si bien los microorganismos intestinales se benefician de la presencia de fibra, hay tipos y tipos de fibra. Frente a la carencia absoluta de este elemento en la moderna dieta refinada (el proceso industrial la elimina por completo de los alimentos.), se recurre habitualmente a la adición de salvado de trigo, en el intento por compensar la escasez. Esta sustancia aislada (similar a la viruta de madera) resulta agresiva (irrita) y desequilibrada (aporta mucho fósforo, mineral peligrosamente abundante en la actualidad y antagonista del calcio).
En contraposición a esta fibra insoluble (no se disuelve en agua), nuestra flora benéfica requiere fibra soluble; mucílagos, pectina, alginatos. Fuentes de fibrasoluble son frutas (cáscaras), verduras y específicamente ciertos alimentos como el lino, las algas y la algarroba.
Otro factor que condiciona la flora benéfica es el exceso proteico, algo tan habitual en la opulencia occidental. Esta abundancia tiene dos aspectos: cantidad y calidad. Mucha gente no toma consciencia de la suma proteica a lo largo de la jornada: carne, pollo, pescado, lácteos, fiambres, picadillos, semillas, legumbres... todo suma a la hora del conteo. Por otra parte, poco se piensa en la digestibilidad de las mismas, existiendo gran diferencia entre las de origen animal (las de pescados resultan las más fácilmente asimilables) y las que provienen de vegetales (cereales, legumbres y semillas). La consecuencia del exceso proteico es el anormal desarrollo de microorganismos de putrefacción, que se nutren básicamente de este tipo de sustancias. Más allá de otros mecanismos de detección del problema, el olor de las deposiciones, como veremos luego, es el mejor termómetro diario para conocer cómo estamos al respecto: una dieta y, por consiguiente, una flora equilibrada, deben generar evacuaciones sin olor.
DIETA EQUILIBRADA: DEPOSICIÓN SIN OLOR
Si los nutrientes inciden en gran medida sobre el balance ecológico de nuestra flora, no menor es la influencia de las sustancias químicas (la mayoría, sintéticas) que por distintas vías ingresan al tubo digestivo y afectan su equilibrio. Por un lado están los agroquímicos presentes en los alimentos que
ingerimos y los aditivos que se utilizan para conservarlos. El caso del exceso de fósforo, tema que abordaremos al hablar de los riñones, es un buen ejemplo de la sumatoria de cantidades de un elemento que, en dosis elevadas altera muchos equilibrios, como el de la flora intestinal. Estas sustancias, además de intoxicar la sangre, por su acción inhibidora de los procesos enzimáticos
básicos de la flora, impiden su normal desarrollo. Pero sin dudas la influencia más grave sobre la flora la ejercen los antibióticos, que nos llegan por variadas vías y en altísimas concentraciones, dada nuestra posición en la cadena alimentaria... y nuestra dependencia de medicamentos.
Obviamente, y como se desprende de su mismo nombre (anti-vida) no hay nada más incompatible y agresivo para los billones de microorganismos que pueblan nuestros intestinos, que la diaria ingesta “goteo ” de antibióticos.
Principalmente encontramos antibióticos en los productos animales de cría industrial. Inicialmente se inyectan para prevenir y curar infecciones, causadas por el sistema antinatural de crianza. Residuos de antibióticos pueden permanecer en tejidos animales hasta 47 días en la zona de inyección y hasta 75 días en ciertos órganos depuradores como los riñones. Otra dosis importante de antibióticos se usa a titulo preventivo en el alimento balanceado de los animales: en estos casos los tejidos se saturan de antibióticos y es más difícil su eliminación orgánica. Finalmente están los antibióticos que se
aditivan a los alimentos, sobre todo en la industria láctea. En diferentes análisis de leches se han llegado a detectar... hasta 29 antibióticos diferentes!!!
Otro gran aporte de antibióticos proviene del exagerado consumo de medicamentos, prescriptos o auto recetados. Gran parte de ellos (no sólo antibióticos, sino también antiácidos, laxantes o drogas inmunosupresoras) se consumen por vía digestiva (superior o inferior) y provocan graves alteraciones en la flora intestinal. La más importante es la disbacteriosis (mortandad bacteriana), que además de generar una severa intoxicación hepática (sencillo de comprobar cuando nos recetan un antibiótico), provoca un vacío en el nicho ecológico de nuestra flora. Ese lugar es rápidamente ocupado por
gérmenes resistentes y microbios oportunistas. Si bien la medicación nos afecta visiblemente por las altas dosis, se cree que es mucho más nocivo el efecto de las pequeñas pero continuas cantidades que ingerimos con los alimentos.
(Continuaremos…)
Néstor Palmetti Técnico en Dietética y Nutrición Natural - Director del Espacio Depurativo Villa de Las Rosas (Traslasierra) - Córdoba, Argentina
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