El don del rabino



Voy a relatar una historia que tal vez sea un mito. Como todos los mitos, existe en distintas versiones. La fuente de la versión que voy a relatar es difícil de identificar, lo cual también es propio de los mitos. No recuerdo si me la contaron o la leí, ni dónde ni cuándo. Lo único que sé con certeza es que la versión llegó a mi conocimiento provista de un título. Este es "El don del rabino".
Se trata de un monasterio que atravesaba graves dificultades.
La orden había sido muy poderosa, pero debido a las persecuciones antimonásticas de los siglos XVII y XVIII y al auge de la cultura secular en el XIX, había perdido sus abadías y a sus miembros, hasta quedar reducida a una casa matriz con cinco monjes: el abad y cuatro hermanos. Sin duda, estaba al borde de la extinción.
En los bosques que rodeaban el monasterio había una choza que el rabino de una ciudad vecina solía utilizar como ermita. Después de tantos años de plegarias y meditaciones, los viejos monjes habían adquirido ciertos poderes psíquicos, de manera que siempre intuían la presencia del rabino en su ermita. “El rabino está en el bosque, el rabino ha vuelto al bosque”, susurraban. En una de esas ocasiones, mientras meditaba angustiado sobre la muerte inminente de su orden, el abad tuvo la idea de visitar la ermita y pedirle al rabino algún consejo, con la remota posibilidad de que permitiera salvar el monasterio.
El rabino recibió al abad con alegría. Pero cuando éste explicó el motivo de su visita, sólo pudo ofrecerle su comprensión.
Conozco el problema -exclamó-. La gente ha perdido su espiritualidad. Lo mismo sucede en la ciudad. Muy pocos vienen a la sinagoga.
El anciano abad y el rabino lloraron juntos. Luego leyeron pasajes de la Torá y conversaron sobre cuestiones profundas.
Finalmente, el abad tuvo que partir. Se abrazaron.
Es maravilloso que nos hayamos conocido después de tantos años - dijo el abad-, pero no he podido cumplir mi cometido inicial.
¿No hay nada que pueda decirme, ningún consejo que pueda darme para salvar mi orden moribunda?
Lamentablemente no -respondió el rabino-. No tengo consejos para darle. Sólo puedo decirle que el Mesías es uno de ustedes.
Cuando el abad llegó al monasterio, los hermanos lo rodearon y preguntaron qué había dicho el rabino.
-No pudo ayudarme. Lloramos juntos y leímos la Torá. Lo único que dijo al despedirme fue una frase extraña. Dijo que el Mesías es uno de nosotros. No comprendí qué quiso decir.
Durante los días, semanas y meses siguientes, los viejos monjes meditaron sobre las palabras del rabino y su posible significado. ¿El Mesías es uno de nosotros? ¿Se refirió, acaso, a uno de los monjes de este monasterio? Si es así, ¿A quién? ¿Tal vez al abad? Sí, si es uno de nosotros, sólo puede ser el padre abad, que nos ha dirigido durante muchísimos años. Claro que tal vez se trata del hermano Tomás. Todos sabemos que el hermano Tomás es un verdadero hombre de Dios y una luz de nuestra orden. ¡Desde luego que no se refería al hermano Elredo! El pobrecito está un poco senil. Pero, pensándolo bien, aunque fastidia a todos con su chochez, Elredo casi siempre tiene razón y a veces expresa verdades profundas. Tal vez el rabino se refería al hermano Elredo. Pero no al hermano Felipe, de ninguna manera. Felipe es tan pasivo, un verdadero don nadie. Sin embargo, tiene el don misterioso de aparecer cuando uno lo necesita, como por arte de magia. Tal vez Felipe es el Mesías. Evidentemente, el rabino no se refería a mí, que soy una persona común y corriente. Pero ¿Y si hablaba de mí? ¿Si acaso soy el Mesías? Dios mío, que no sea yo. No puedo ser yo Tu enviado, ¿Verdad?
En el curso de estas meditaciones, cada monje empezó a tratar a sus hermanos con respeto extraordinario, ante la remota posibilidad de que fuese el Mesías. Y empezó a tratarse a sí mismo con el mismo respeto, ante la remotísima posibilidad de que lo fuese él.
El monasterio estaba situado en un bosque hermoso, que la gente de la vecindad solía visitar. Hacían picnics bajo los árboles, paseaban por los senderos y algunos incluso se sentaban a meditar en la vieja capilla. Sin ser concientes de ello, empezaron a percibir el aire de gran respeto que parecía rodear a los viejos monjes e irradiarse de ellos hasta impregnar la atmósfera del lugar.
Era algo extraño y atractivo, poderosamente atractivo. Sin saber por qué, empezaron a visitar el monasterio con más frecuencia ya traer consigo a sus amigos para que conocieran ese lugar tan especial. Y los amigos trajeron a otros.
Un día, varios hombres jóvenes de los que solían visitar el monasterio se pusieron a conversar con los ancianos monjes. Pasado un tiempo, uno de ellos quiso ingresar a la orden. Luego otro, y otro más. Así, en pocos años, la orden volvió a florecer y el monasterio, gracias al don del rabino, se convirtió en un vigoroso centro de luz y espiritualidad del país.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

El clima que te rodea es fundamental.
El ser humano crece o no en sociedad.
Elegir bien los compañeros de ruta es la clave. Lo demás es lo de menos...

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