La niña y la vela


La historia de una pequeña niña cuya foto mensajera de paz se
volvió un símbolo de esperanza para el pueblo tibetano.
Estábamos en el Tibet con Ang Norbu, mi asistente sherpa, en Lhasa, en el templo del Jokhang, santuario budista tibetano; acabábamos de pasar tres horas intemporales recorriendo las capillas oscuras honorando a cada divinidad, las manos juntas palma contra palma, como todos los peregrinos. Yo estaba profundamente emocionado, el templo del Jokhang le llega directamente al corazón. A medida que me dirigía hacia la salida, aumentaba en mí el temor de dejar el templo oscuro, y volver a encontrar el mundo de los hombres, trataba de impregnarme aún de los últimos humos de los inciensos y del olor acre de miles de lámparas de cebo que centelleaban en cada capilla. Me encontraba tan bien allí, emborrachándome de eternidad.
Cuando de golpe, a la entrada del templo, llegó esa niña con su padre. Se me apareció como una diosa. Llevaba en sus manos una gran lámpara de cebo encendida, y en los ojos una indecible emoción maravillada. Su padre y ella alcanzaban la meta de su peregrinaje, llegaban del Amdo, del norte del Tibet, después de días y días de viaje. Yo quedé petrificado por su belleza, por la intensidad de su fe, no hubiera podido nunca fotografiarla en ese momento, no hubiera podido nunca interponerme entre ella y sus divinidades ; entonces los seguí.
Siguiéndoles, volvimos a hacer la vuelta de todas las capillas, encendimos centenas de lámparas de cebo, murmuramos todas nuestras oraciones. Es mucho más tarde que me acerqué a ellos cuando se preparaban a salir del templo. En voz baja , para no perturbar su dulzura interior, le expliqué al padre de qué manera me había impactado su hija y el deseo que tenía de eternizarla en una fotografía ; los dos recibieron mi demanda con emoción y yo mismo estaba transportado por la belleza de ese encuentro.
Fuimos frente a la gran estatua dorada de Guru Rinpoché, el padre fundador, para que la niña pudiera ofrecerle toda su devoción. Allí, buscamos un lugar calmo, apartado de los peregrinos y con Norbu desplegamos el trípode, sacamos un reflector para reflejar la luz del sol y en cuclillas, explicamos a la niña lo que nos había conmovido en ella cuando la habíamos visto entrar en el templo y le pedimos que dirigiera una oración a Guru Rinpoché y a toda su familia, mentalmente y con mucha fuerza. Tranquilamente comenzó a rezar sin ocuparse de nosotros. Al mirarla a través mi enfocado me sentí completamente turbado, tan grande era su recogimiento...
Desde entonces dicha foto mensajera de paz se convirtió en un símbolo de esperanza para los tibetanos y sirvió a numerosos afiches en favor de la libertad en el Tibet. Reinó simbólicamente al lado del Dalaï Lama cuando éste recibió un premio en los Estados Unidos y dio la vuelta al mundo.

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