Cuando el cuerpo es más sabio que la mente

Como parte de un equipo interdisciplinar de médicos y psicólogos, María Micaela Saura parte de la base de que el individuo enferma por una serie de incongruencias entre lo que el cuerpo experimenta y todo cuanto pensamos, sentimos y hacemos. Aboga por una cierta ecología entre la propia naturaleza y las relaciones que establecemos tanto con nosotros mismos como con los demás.

«Después de algunos años trabajando con el cuerpo humano he podido comprobar que el origen de las tensiones musculares que todos experimentamos no siempre es físico».

Su propósito no es otro que el de relacionar lo [que] parece inseparable: el cuerpo de la mente. Aunque a veces fija el dedo índice en el cuello, a modo de cuchillo, y profiere con una sonrisa: «si pudiéramos separar la cabeza de los hombros por un instante veríamos cuántos mensajes espontáneos, sublimes, estupendos, el cuerpo origina e interpreta sin que nuestra estricta conciencia sea consciente». Hoy se lleva eso de hacer todo lo que te pida el cuerpo.

Eso dicen, pero pocas personas lo llevan verdaderamente a la práctica. Tal vez sólo los niños, además de los animales… El ser humano necesita expresar sus emociones de una forma mucho más espontánea de como lo hacemos los adultos. Es algo innato que, por un aprendizaje tan convencional como represor, acabamos olvidando. Lo malo es que luego el propio cuerpo nos pasa factura.

¿El cuerpo castiga nuestra falta de espontaneidad?

Las emociones van siempre acompañadas de una cierta conmoción somática. Me refiero a emociones tan genuinas como el miedo, la tristeza, la rabia o la alegría. Cada emoción se refleja en distintas partes del cuerpo humano. El miedo, por ejemplo, aumenta la presión ocular, contrae la musculatura profunda del cuello, los glúteos; la respiración queda bloqueada (a menudo, también el hipo) y aumenta la frecuencia cardiaca. La tristeza abate la musculatura facial, contrae los pectorales, pone la cadera en retroversión y origina un decaimiento físico ostensible.

¿Y ante el dolor?

Ante el dolor o sufrimiento (los médicos prefieren hablar de dolor agudo o crónico) también aparece un aumento de la frecuencia cardiaca, tensión muscular que suele agravar el cuadro de una determinada lesión, a la vez que se liberan gran cantidad de neuropéptidos en la sangre. La rabia contrae los maseteros [músculos encargados del movimiento de las mandíbulas] y la musculatura interescapular. Tensionamos las extremidades y es característica la forma de cerrar los puños o patear el suelo; a veces incurrimos en lo que denominamos retroflexión, pegar un golpe a la mesa o a la pared con la que expresar la ira que sentimos… La alegría activa muscularmente todo el cuerpo, nos hace sentir deseos de bailar y aumenta también la frecuencia cardiaca.

Salvando la alegría, ¿no debiéramos reprimir las emociones tenidas socialmente por malas? «Emociones tan genuinas como el miedo, la tristeza, la rabia o la alegría, se reflejan en distintas partes del cuerpo humano»

Resulta paradójico que nos encante ver a un crío brincando de emoción cuando recibe una noticia placentera y que lo riñamos cuando expresa su ira gritando, llorando o ejecutando una pataleta. Independientemente de cómo estemos las emociones forman parte de nuestra manera de ser, que puede ser buena o mala, pero no hay otra. Vivir de forma auténtica es dejarse llevar por las emociones.

Creía que un terapeuta alegraba al triste, tranquilizaba al temeroso y calmaba al airado. Wilhelm Reich, por ejemplo, nos enseñó que tratar y reprimir son cosas distintas. Fue un psicoanalista austríaco, discípulo de Freud, que utilizó la expresión corporal con finalidad terapéutica. Fue autor de La función del orgasmo (1927) y Análisis del carácter (1934). Quien tiene miedo debe poder expresar su miedo con toda franqueza, sin negarlo. De nada sirve decir «no tengas miedo» a la mente si el cuerpo vive intensamente esa emoción.

Estoy irritado. ¿Con quién me enfado?

La mayoría de las personas se enfadan consigo mismas, empleando una gran energía de contención para ello. Por no dañar a nadie, acaba uno dañándose a sí mismo. Sería más práctico descargar la ira sobre un saco, pegándole o gritándole hasta agotar la emoción. Las explosiones de ira, sin embargo, suelen ir precedidas de demasiada ira contenida e inexpresada, bajo presión, y que, llegado el momento, revienta.

Y, entonces, ¿cómo hay que gestionar las emociones?

Si uno llora cuando tiene ganas de llorar, ríe cuando tiene ganas de reír, grita cuando tiene ganas de gritar, nunca llega a una tristeza, una alegría o una ira histéricas. Seremos normales en la medida en que normalicemos nuestras emociones. Decimos nosotros que el camino del corazón es el único que lleva de regreso a casa y el que nos permite ser auténticos. También se trata de ahorrar energía. Todo lo que sea estar de manera diferente a como estoy implica un sobresfuerzo físico terrible.

¿Las emociones son energía?

El ser humano es energía. Nacemos dotados de una energía potencial que siempre es la misma, que configura o resulta configurada por nuestro carácter y que tendemos de manera inconsciente a convertir en energía cinética. El cuerpo siempre avanza orientado al placer y en dirección contraria al dolor. Lo hace a través de lo que llamamos un «impulso unitario» que dispone de un subimpulso tranquilo (me doy cuenta de las emociones) y otro agitado (debo hacer algo). Cuando estos impulsos se bloquean mentalmente por autorrepresión, educación, norma o costumbre, creamos zonas de escisión en el cuerpo, zonas por las que el flujo de energía se ve interrumpido y aparecen contracciones, temblores, vibraciones y hormigueos. Cuando la energía fluye libremente activamos la expresión corporal desde los pelos a los pies, pasando por los ojos, la boca, diafragma y pelvis.

Hay quien siempre pone la misma cara, esté triste o contento.

Ha aprendido a vestir una coraza que le protege del dolor, pero le aleja del placer. Aun cultivando la libertad, nuestra sociedad sigue reprimiendo muchos impulsos expresivos como el llanto, la angustia o la excitación sexual. Se tiende a hacer sin sentir, a estar sin ser, siguiendo exigencias impuestas, horarios no siempre acordes con nuestra propia biología.

Me noto extraño…

Shhh… Escucha lo que tu cuerpo pide y dice.

Fuente: http://terapiasnaturales.jaimaalkauzar.es/el-cuerpo-es-mas-sabio-que-la-mente.html




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