Nuestro niño interior herido
Desde una orientación más humanista
vemos que todos tenemos un niño interior herido que hay que sanar para poder
vivir sin más dolor, para evitar las repeticiones o lo que llamamos “salidas de
tono” en momentos en que no hay razones para ello. ¿Sabes cómo está tu niño
interior?
Dependiendo
de la orientación en la que nos fijemos podríamos entender esto de múltiples
maneras pero hoy nos pondremos un filtro humanista para hablaros del niño
interior que cada uno tenemos.
¿Qué es el niño interior?
Muchos
pueden pensar que no tienen un niño
herido en su interior, recuerdos de una infancia dulce en lo
que aquello que dolía fue relegado al olvido pero hay momentos en los que de
repente parece que uno estalla sin saber muy porqué, aparecen las lágrimas y se
produce una confusión. ¿Qué ha pasado?
Algo
que tenemos que tener en cuenta es que no importa lo feliz que haya sido
nuestra vida o nuestra
infancia, siempre hay algo que nos ha faltado en algún momento.
Puede ser algo puntual, la espera de una madre que al final no llega por más
que la llamamos o un padre del que nunca se supo nada. No importa si es un
detalle que consideramos insignificante o algo que ha marcado nuestra vida
porque en realidad todo se queda grabado en nuestro psiquismo de una manera o
de otra.
¿Cómo saber si tengo un niño
interior herido?
Podríamos
decir que hay unos síntomas
determinados que nos indican que hay un niño interior herido dentro de uno
mismo cuando nos comportamos como niños en lugar de como adultos.
Las
formas de reaccionar
ante determinadas situaciones pueden resultar desproporcionadas, sientes que
hay límites a tu alrededor que te impiden alcanzar tus metas, traumas que
siguen reapareciendo en tu vida de forma constante y dolorosa, rasgos de tu
personalidad que son infantiles, si has perdido la ilusión…
Cuando
uno comienza a trabajar su niño interior con los talleres, con el movimiento, los dibujos,
los cuentos… Cuando uno comienza a cuestionarse sobre su vida y sus formas de
hacer, comienzan a aparecer en la memoria momentos que hemos intentado ocultar,
sensaciones que antes parecían confusas y ahora parecen tener un sentido.
Es
en ese momento cuando comienza a haber una conexión con el niño interior y desde la
visión del adulto se juzga a los padres, se les recrimina que no nos hayan dado
todo cuanto necesitábamos y, a veces se comete el error de no entender que nos
dieron todo cuanto podían, que un padre no nace aprendido sino que se va
haciendo en base a la experiencia. Un padre da todo aquello que él ha recibido,
tanto amor como distancia, porque la forma en que ha aprendido a vincularse la
repite con sus parejas y sus hijos.
Por
todo ello, tenemos que aprender a ver las cosas sin engancharnos a aquellos
momentos, hay que ver para aprender pero no ver para juzgar. Hay que conectar
con ese niño interior herido y ayudar a conectar con el ser auténtico que hay
dentro de cada uno de nosotros, aprender a disfrutar de los pequeños y grandes
momentos para valorar la vida tal cual la hemos tenido.
En
definitiva, es sanar las heridas del pasado para tener un presente y un futuro
mucho más sanos, más felices. Una posibilidad de alcanzar los verdaderos sueños
y tener fuerzas para luchar por ellos.
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