¿Alguna
vez te has dado cuenta que no hay peor juez que tú mismo? A veces no hace
falta que alguien nos diga algo negativo para empequeñecernos sin ayuda de
nadie, para decirnos a nosotros mismos lo poco que valemos.
¿El enemigo
está dentro o fuera de ti? Al leer esto, uno bien podría pensar que
estamos hablando de
paranoia o algún tipo de trastorno grave cuando en realidad,
estamos haciendo referencia a algo que ocurre con mayor frecuencia de la que
podemos imaginar.
Llega un
momento en la vida en que se ha determinado de forma automática un diálogo interno, a veces
puede ser positivo, mientras que en otras ocasiones es una pequeña voz la que
se despierta en nuestra cabeza y nos juzga de forma abrupta, directa y sin
piedad. Todos estos sentimientos suelen estar relacionados con aquello
que queremos o deseamos ser, ese ideal que tenemos anclado en las raíces más
profundas de nuestro ser, en nuestro inconsciente.
Estamos
anclados a una línea de vida de la que no podemos escapar, el gran y famoso “debería”. He escuchado
a tantas personas hacer referencia a esta palabra con lágrimas en los ojos o
avergonzados que llega un momento en el que uno sólo puede plantearse ¿El
“debería” hace feliz a alguien?
¿En
qué aspectos de la vida ocurre esto?
Ante esta
pregunta yo misma contestaría “¿En
cuáles no?”
A la hora de
escoger una pareja
muchas personas piensan en aquello que deberían de escoger según las reglas
sociales y no en aquello que verdaderamente desean o sienten.
A la hora de escoger una profesión,
ya sea el hecho de estudiar un ciclo, formación profesional o una carrera, el
valor de aquello que debería de hacer o debería de ser es algo que está
impuesto de una forma insconsciente en la persona de tal modo que parece que
uno no tiene mayor elección.
El campo laboral puede ser
una verdadera tortura o incluso a la la hora de hacer una compra o una
inversión, los deberías van de la mano ataladrando las decisiones, pensando
en aquello que uno debería de haber dicho o hecho mientras que por otra parte
está la realidad con una culpa persecutoria que hace más daño que el que
quita.
¿Por
qué ocurre esto?
Podríamos
decir que este gran “debería” es aquel que está relacionado con las normas,
con lo correcto, con lo que se espera de una persona, lo moral y lo ético.
Sin entrar a definirlo con mayor exactitud para no meternos en jerga
psicoanalítica, podríamos decir que ésta es una parte de todo lo que conforma
el Super Yo
del aparato psíquico junto con el Yo y el Ello.
Esta
instancia se construye en la infancia cuando el niño internaliza la figura
del padre como resultado final del Complejo
de Edipo (según el psicoanálisis de Freud, esto es diferente
para los kleinianos).
El niño
acepta las leyes y normas que estos imponen, podríamos decir que es cuando
éste comienza a formar parte de la cultura aceptando que hay una autoridad
superior a sus propios deseos. Es decir, que uno no puede hacer todo cuanto
quiera pues hay unos deberes y unos derechos, toma conciencia moral.
Por otra
parte, encontramos que en esta instancia está el Ideal del Yo, que en
palabras de Freud es “Instancia
de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo
(idealización del yo) y de las identificaciones con los padres, con sus
substitutos y con los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el
ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.»
El Super Yo
no tiene porqué ser negativo, como todo en esta vida, si está exacerbado
puede tener consecuencias poco agradables para la persona puesto que este
“debería de ser” en el que nos hemos centrado hoy puede generar mucha culpa, sentimientos de reproche o
autoagresión.
Nosotros
somos nuestros mayores jueces desde el momento en que no somos objetivos con
nosotros mismos y tendemos a mirar todo lo que hacemos de una forma
desproporcionada cuando nuestro autoestima está debilitado. Tener la
capacidad de mirarse a uno mismo sin juzgarse, aceptando que uno hace las
cosas todo lo bien que puede para el momento personal que está viviendo, es
un objetivo que tenemos que intentar alcanzar para disfrutar de la vida y
no sufrirla, para poder alcanzar la felicidad que tanto ansiamos.
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