Platón y la búsqueda de la verdad

No renunciamos a la persecución de la verdad; todas nuestras discusiones no tienen otro fin, al enfrentar opiniones contrarias, que hacer surgir una chispa de verdad.

La figura de Platón nos hace remontar la Historia más de dos milenios hacia atrás, y ni siquiera tenemos la seguridad de los hechos tal cual sucedieron, máxime cuando tratamos de un autor que aporta elementos a veces tan controvertidos como la existencia de un continente sumergido en el Océano Atlántico.

Platón es el más clásico de nuestros filósofos, y después de 2.400 años, todavía sus ideas siguen vigentes. De ningún otro filósofo de la Antigüedad se conoce tanta obra escrita y que abarque además casi todos los temas: sobre la naturaleza del hombre, sobre el alma, sobre la ciencia, sobre la Atlántida, sobre la justicia, sobre la verdad; y cuyas obras han sido traducidas a todos los idiomas.

No se sabe muy bien el año en que nació, alrededor de 428-7 a.C., el día 7 del mes de thargelión, durante la olimpiada 88. Unos dicen que nació en Coluto, aunque la mayoría de los investigadores hablan de Egina. Según afirma la tradición, es descendiente de Poseidón y de familia noble, pues su padre descendía de una familia real y su madre estaba emparentada con Solón, y era hermana de Cármides y prima de Critias. Tuvo tres hermanos: Adimanto, Glauco y Potoné, que fue madre de Espeusipo; y un hermanastro, Antifón, el cual le sucederá.

Según Diógenes, desde muy joven gustaba de la poesía y leía a Homero y Hesíodo, aprendiéndolos de memoria. Se ejercitó en la Palestra bajo la dirección de Aristón Argivo, el cual le cambió el nombre de Aristocles, el suyo verdadero, por el de Platón.

Algunos creen que le puso este nombre por sus anchas espaldas, o su frente despejada, y otros por lo amplio de su elocución. Debió ser un gran estudiante, aunque él mismo comenta que durante su educación las ambiciones políticas de los demagogos la habían tornado despótica y rígida, lo cual le llevó después a dar una gran importancia a la educación de los jóvenes, en la República y el Protágoras, basados en lo que él mismo vivió en sus primeros años.

Respecto a Sócrates, existe una extraña y fascinante anécdota: se dice que en sueños vio un polluelo de cisne que plumaba sobre sus rodillas, al cual de inmediato le crecieron alas y se elevó por los aires. Al día siguiente de este sueño fue presentado Platón ante Sócrates, y éste constató: "He aquí el cisne". Desde entonces fue su discípulo, desde los 20 años hasta la muerte del Maestro, al cual consideraba el hombre más justo de su tiempo. Después de su muerte, y con 28 años, Platón recorrió diversas Escuelas: la de Crátilo, discípulo de Heráclito; la de Hermógenes, seguidor de Parménides; también marchó a Megara para escuchar a Euclides, y de allí a Cirene como discípulo de Teodoro, hasta llegar a Italia para seguir a los pitagóricos, y por último partió al mítico y misterioso país del Nilo. Allí se cuenta que cayó enfermo y fue curado por los propios sacerdotes egipcios, quienes además colmaron y engrandecieron sus conocimientos.

También sabemos que fue valeroso soldado que participó por lo menos en tres batallas: las de Tarragra, Corinto y Delio. Y en uno de sus viajes a Sicilia fue capturado y vendido como esclavo, después de lo cual se dedicó a formar su Academia. Volvió a Sicilia para pedirle a Dionisio el Joven algunas tierras y hombres para que vivieran según las leyes de su República, lo cual le fue prometido pero nunca cumplido; incluso parece ser que en este viaje corrió un gran riesgo, pues cayó bajo la sospecha de haber inducido una revuelta para liberar la isla. En el proceso fue defendido por Arquitos el pitagórico, gracias al cual pudo regresar a Atenas.

Respecto a su carácter, dice Heráclides que aún siendo joven fue muy vergonzoso y modesto, y nunca reía sino moderadamente. Y Anfis, en su Desidemia exclama: Oh Platón, nada sabes más que andar con el rostro cubierto de tristeza, y levantando esa ceñuda frente, tan arada de arrugas como concha.

La doctrina de Platón se había empezado a configurar después de la muerte de Sócrates, y en su Academia, Platón reelaboró un nuevo Sócrates, el Sócrates intocable del recuerdo, hasta que también murió el discípulo, en el año XIII del reinado de Filipo, y fue enterrado en la Academia.

Uno de sus epitafios, atribuido a Diógenes Laercio, afirma: Si no hubieras criado, Oh padre Febo, a Platón en Graia, ¿quién hubiera sanado con las letras los males y dolencias de los hombres? Pues así como fue Esculapio médico de los cuerpos, así curó Platón las almas inmortales.
PLATONISMO
Cuando se habla de Idealismo platónico se comete un gran error de apreciación, situando a Platón fuera de nuestro mundo real, o cuanto menos en aspiración constante a un mundo de ideas que poco o nada nos pertenece. Pero sus ideas son también realidades, modelos de perfección y valores objetivos que garantizan la legalidad del mundo y la aspiración o la justicia entre los hombres y una moral que requiere virtudes de tipo colectivo (como nos muestra en su carta VII, Platón estuvo muy preocupado por el ente público, por las cosas del mundo, y sobre todo por la juventud ateniense).

En el mito de la Caverna podemos observar precisamente que Platón vive en el mundo real, auténtico, no en uno ilusorio y abstracto.

Imaginemos una caverna y unos hombres que viven allí desde su niñez, atados de pies y manos y sujetos por el cuello, de forma que no pueden volver la vista hacia atrás. A sus espaldas, y en un lugar más elevado, hay un fuego que les alumbra y una tapia. A lo largo de la tapia pasan hombres portando diversos objetos, hablando o en silencio. Los cautivos creen que la realidad son las sombras que se proyectan en el fondo de la caverna.

Si a uno de ellos se le liberara para que pudiera dejar la caverna, al principio se sentiría deslumbrado y trataría de volver atrás. Si consiguiese subir por el áspero y escarpado sendero hasta llegar a la luz del Sol, sus ojos no distinguirían nada al principio, pero poco a poco conseguiría ver sombras, luego imágenes reflejadas, luego objetos, hasta llegar al Sol. Entonces comprendería la realidad y sentiría pena por sus compañeros cautivos. Pero si volviera a la caverna, sus compañeros le dirían que perdió la visión de las cosas y que estaba equivocado. Más aún, si intentara liberar a los presos, éstos querrían matarle.

De la misma forma que la gimnasia se encarga de mantener sano al cuerpo a través de las diferentes etapas de la vida, la Filosofía ayuda al alma a pasar de la región de las sombras a la luz, de la ignorancia a la sabiduría. A los ojos del alma se les tiene que educar desde pequeños, pues cuesta acostumbrarse paulatinamente a la luz de la sabiduría.

El Platonismo no es una simple fórmula, es ir a la raíz de los problemas. Sólo después de haberse acercado por mucho tiempo a estos problemas (de la Naturaleza y del hombre), y después de haber vivido y discutido en común su verdadero significado, surge una chispa y crece después por sí solo.

Como nos enseña en el Eutidemo, el hombre tiene que filosofar si no quiere perder su condición de hombre. La Filosofía enseña a profundizar en uno mismo, lejos del umbral de los sentidos, donde se queda el hombre ingenuo.

No vemos con los ojos, sino a través de ellos; no oímos con los oídos, sino a través de ellos; y ninguno de los sentidos puede por sí solo distinguir entre su propia actividad y la de otro sentido. Algo debe de existir que vincule a ambos, llámese alma o como se quiera, con lo cual percibimos verdaderamente todo lo que nos llega a través de los sentidos.

Platón nos habla del mundo de las ideas y de la importancia de los números, porque la naturaleza del alma humana es hermana de las ideas. El objeto que mueve al alma es la pureza del mundo ideal, el único mundo real, y el alma se convierte en el campo donde se libra la batalla del Conocimiento. La senda hacia esta comprensión reside en la Matemática y la Dialéctica.

Las ideas, para Platón, son eternas e inmutables, un reflejo de lo imperecedero. Encierran la medida de todas las cosas, incluso del ser.

Para un discípulo, encontrar a un verdadero maestro es como tener un sol particular que le alumbra en medio de las sombras, como el padre que le enseña el camino de vuelta a casa. Sin un maestro es muy difícil perseverar en algo, pues hasta los mayores propósitos por mejorar muy pronto se dejan llevar por nuestros viejos hábitos, hasta que volvemos a caer en la inercia; un maestro nos estimula y tira de nosotros con su palabra y con su ejemplo, hasta que este vínculo se vuelve irrompible y también nosotros acabamos por ser un poco maestros de quienes nos siguen.

Ante la indignación de Platón por el terrible crimen de que fue objeto su Maestro, le dedicó toda su obra, poniendo en boca de Sócrates su propia enseñanza. ¿Cómo podía prevalecer la mentira sobre la verdad? ¿Cómo la ciudad que Sócrates tanto había amado y defendido se comportaba con tanta ingratitud hacia su mejor ciudadano?

Por eso se preocupó tanto de la enseñanza de la justicia, tratando hasta su misma muerte de preparar a los hombres para llevar una vida justa y noble.

Es así como Platón asume la herencia de Sócrates y se hace cargo de su lucha contra las grandes potencias educativas de su tiempo. Sócrates había señalado la meta y establecido la norma: el conocimiento del bien. Platón encuentra el camino que conduce a esa meta: el saber.
SU OBRA
Pocos hombres como Platón nos han legado una obra tan vasta y tan extensa. Sus escritos nos han llegado casi en su integridad, y en gran parte es debido a la perduración de la Academia y a las generaciones subsiguientes.

Recordemos que la Academia fue fundada con un único principio, educar al alma de los hombres: no hay que pensar en construir estados, hay que construir hombres. Esta institución gozó de una vida ininterrumpida de 900 años, y una de sus labores fundamentales fue la influencia que ejerció entre escritores como Filón de Alejandría, Plotino, San Agustín y Clemente de Alejandría.

Durante la Edad Media, el aristotelismo parece prevalecer sobre el pensamiento platónico, pero éste se mantiene vivo, sobre todo en las obras de los filósofos bizantinos y árabes. Se podría decir que el platonismo y el neoplatonismo cristiano llegaron a su máxima expresión con Dionisio Areopagita en el siglo VI.

Entre los siglos XIV, XV y XVI existe una gran corriente platónica que alcanza su máxima cota con Giordano Bruno, Campanella y Henri Estienne.

Platón y sus Diálogos han sido, desde el pasado, permanente objetivo de investigadores, filósofos y científicos. Desde los tiempos del emperador Tiberio se han recogido diversas clasificaciones de sus obras. De la lista que nos ofrece Trasilo, hoy se descartan como textos platónicos Alcibíades II, Hiparlo, Teages y Minos, y existen dudas sobre Clitofón. Cronológicamente, sus obras quedarían así:

Primer Período, al que podríamos llamar socrático, donde estarían la Apología de Sócrates, Ión, Critón, Laques, Lisis, Cármides y Eutifrón.

El segundo período lo podríamos llamar de transición: Eutidemo, Hipias Menor, Crátilo, Hipias Mayor, Menexeno, Gorgias, República I, Protágoras, Menón.

Tercer período o de madurez: Fedón, El Banquete, La República II-X.

Cuarto período o de vejez: Parménides, Teeteto, Sofista, Político, Filebo, Critias, las Leyes y Epinomis.

También tenemos referencia a las cartas VII y VIII, en las que nos habla de la muerte de Dión de Siracusa, lo que nos revela que fueron escritas con posterioridad al año 353 a.C.

Los Diálogos de Platón podemos observarlos bajo dos estilos diferentes, uno interpretativo o expositivo y otro inquisitivo.

El Diálogo es un discurso compuesto de preguntas y respuestas sobre cuestiones filosóficas y políticas; Platón se ayuda de la dialéctica con el arte de disputar, refutar o defender alguna cuestión; y de la educción como el arte de persuadir, a partir de unas premisas, hasta alcanzar el real conocimiento de las cosas

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